Gracias a mi profesor de arte

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La lluvia caía a borbotones sobre el cristal. Era una mañana fea de febrero, de esas que te entristece el alma. Lo único que aquel día tenía de bueno era que iba a volver a ver a Raúl, mi profesor de pintura. A mi edad y atraída por mi profesor. Dios, parecía una colegiala. Solo pensaba en él. En como seria nuestra vida juntos. Le sacaba diez años pero desde hace un tiempo me sentía veinte años más joven. La locura por aquel chico iba en aumento. Tanto que llegué a rasurarme mi lindo pubis. Pensé que a él le gustaría así. Y entre todos mis pensamientos de vez en cuando aparecía Anton. Al principio me sentía mal, pero con el paso del tiempo deje de arrepentirme. Después de todo la culpa la tuvo él. Siempre anteponiendo su trabajo, sus amigos y sus aficiones a mi. Lógico que acabara por no sentir nada. Hacía seis meses que no me tocaba un pelo. Mejor. La última vez fue un fracaso. El sexo por axioma es un hecho de autómatas nada placentero. Quería pedirle el divorcio pero no me atrevía. Necesitaba armarme de valor. Faltaban 10 minutos para que Anton llegara del trabajo. No tenía ganas de verle, así que me fui antes de tiempo. De esta manera podría hablar un rato a solas con Raúl e intentar seducirle. Pero cuando llegué al aula vi algo que me derrumbó. Antes de entrar miré como de costumbre por el ojo de buey de la puerta y allí le vi. Con los pantalones bajados hasta los tobillos y su pene en la boca de la zorra de Elena. La muy guarra no tenía prisa y mamaba con lentitud. Introduciéndoselo lentamente y sacándolo mojado. Se permitía incluso el lujo de pasear la lengua por el glande haciendo morir de gusto a Raúl. Salí corriendo y volví a casa. Por el camino no paraba de pensar en lo idiota que había sido al pensar que se fijaría en mi, teniendo alumnas más jóvenes y más putas.

Llegué a casa y me fui al dormitorio. Allí Anton se quitaba la ropa del trabajo.

-¿Tu no tenias clases de pintura?- Me preguntó

-Las he dejado- dije mientras le daba un enorme beso en los labios

Quiso preguntar que a qué se debía aquello, pero no le di opción. Volví a besarle y metí la mano en su entrepierna. Hacía mucho que no la tocaba. Recordé entonces lo mucho que me enloquecía antaño. Nos tumbamos en la cama y en un abrir y cerrar de ojos estábamos desnudos y pajeándonos el uno al otro. Anton lo flipaba con mi pubis desnudo pero más aún lo flipó cuando se la chupé. Lo había hecho solo una vez o dos durante el matrimonio, de ahí su sorpresa. Luego el quiso devolverme el favor pero yo ya estaba demasiado lubricada y caliente. Me senté encima suya y me la metí con facilidad. Le cabalgué unos minutos mientras le llenaba la polla con mis flujos. Mis tetas estaban duras como melones y mis pezones debían de saberle a gloria. Sus enormes manos en mi culo me ponían más cachonda. Después tomó él la iniciativa y me puso a cuatro patas, una postura que no hacíamos desde que éramos novios. Cada acometida suya me hacía subir al cielo. Estaba a punto de correrme por segunda vez, pero quería hacerlo con él. Su jadeo me decía que ya estaba cerca. Esperaba la pregunta de siempre. "¿Me voy dentro o fuera?" Esta vez, sin embargo, no preguntó. No se preocupó de sí había tomado pastilla o no. Tan solo se dejó llevar y me dejó toda su leche caliente dentro de mi. Un placer ya olvidado. Abrazados en la cama, observamos la lluvia que seguía cayendo a borbotones sobre el cristal. Aunque ya no era un día triste de febrero.


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