Historia con una chinita.
Por Juanca
Enviado el 30/06/2015, clasificado en Adultos / eróticos
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Al tratarla varios meses – más de cinco y muchos años atrás - tomé conciencia que Alicia Cxxxx, además de una simpática y competente representante local de una firma proveedoras de insumos electrónicos, taiwanesa, era una mujer agraciada y deseable. Por lo tanto, se volvió, para mí, objeto de deseo, de vehemente deseo.
Pero era china, nacida en China de padres chinos, y yo nunca había dejado correr la fantasía por - ni mucho menos intentado lograr favores de - una chica oriental.
Sobrevinieron, entonces las dudas:
¿Del mismo modo que nuestra cultura, la cultura sexual asiática se edifica sobre el manto de la sofocación de las pulsiones, o mejor dicho en la coerción de los instintos?
¿Con las mujeres chinas, es posible el sexo sin compromiso o solo andan detrás de una potencial pareja estable?
¿Cómo abordarla, sin ofenderla?
En apariencia yo contaba con una ventaja: ella no tenía pareja, aunque si un hijito (Luchito) de 6 añitos fruto de una relación fallida y cerrada.
Opté por la técnica de prueba y error. Me aboqué a adularla, a decirle interesadamente cosas que, suponía, le podían agradar y me mantenía atento a sus respuestas a mis estímulos. A poco de comenzadas las maniobras de tanteo y aproximación, percibí poco menos que indiferencia a los halagos genéricos del tipo: “bonita”, “simpática”, “dulce”, “graciosa”, etc.. No sucedía lo mismo con los puntuales, los que alababan rasgos personales, como: inteligencia, ingenio, personalidad, sonrisa, cabello, ojos, pestañas, boca, piernas, etc … o lo bien que lucía una prenda, como la favorecían los tacos altos,…
Alicia no tenía oficina, de manera habitual ella visitaba a los clientes en sus empresas o bien, ocasionalmente, los citaba en un bar próximo a su vivienda. Nuestros encuentros, frecuentes, inicialmente eran sólo en mi oficina, con el tiempo intercalamos algunos en un bar de su barrio y, de éste, al comedor de su departamento, siempre en horarios en que el hijo, Luchito, estaba presente. Ya en estadio más avanzado me citó en su casa, por la tarde, con el hijo en la escuela.
Lo interpreté como salvoconducto, licencia o permiso que me concedía para ejecutar lo que, con el nene en casa, no podía o, ella suponía, que no me atrevería a intentarlo.
Ahí vi clara la factibilidad de intimar con ella.
Con los dos en soledad, fue el momento de la demostración cariñosa, del rozar suavemente con las manos su cuerpo, su cabello, abrazarla besarle las mejillas, luego su cuello y, por fin, sus labios. Su rostro encendido y su lenguaje corporal denotaban que se sentía halagada y muy excitada. Sin embargo, ella tuvo una especie de brote ético:
-No quiero …. no sigas Juan … algún día voy a conocer a tu esposa y me va a dar mucha vergüenza..-
Esa primera tarde, sin compañías, no fuimos más allá de unos pocos besos, dos de ellos de despedida.
Volví el día siguiente - bajo pseudo-protesta de Alicia. Hasta ahí nos habíamos reunido, a lo sumo, dos veces por semana - De la adulación, agasajo o manifestación amorosa pasé a celebrar sus senos, su cola, sus curvas, no sólo con palabras también con caricias, inicialmente prudentes, luego francas, ardorosas, atrevidas, … intercaladas entre besos cada vez más ardientes.
Con mi hambre de su entraña húmeda y en llamas y su apetito de carne erecta no encontré oposición convincente, sólo simbólica, para llevarla al dormitorio.
En la cama, salvo el tono ligeramente amarillo de su piel y la prominencia de sus pómulos, la forma rasgada y oblicua de los ojos no percibí nada propio o privativo que la distinguiese de una mujer occidental presa de pasión y apetito sexual. Los mismos suspiros, gemidos, quejidos, exclamaciones, temblores, pelvis inquieta, contracciones vaginales, … en fin el arsenal de reflejos, movimientos y manifestaciones de una mujer disfrutando, plenamente, del haber nacido hembra.
Con lo que eso significa de goce, de disfrute físico y espiritual para el afortunado, que como yo entonces, está entre sus piernas y dentro de ella.
Esa primera experiencia fue placentera, intensa pero contenida dentro de los límites del sexo, regular, que sucede habitualmente.
Pero tuvimos varias réplicas a lo largo del tiempo. No muchas, ella siempre mostró tenaz resistencia antes de acceder aunque disfrutaba plenamente cada vez que amalgamaba su cuerpo con el mío.
Al crecer la familiaridad con los contactos repetidos, no le “hizo asco a nada”: le encantó que le chupara las tetas, el culo y la concha, me hizo unas mamadas de novela, la cogí en pose cucharita, ella en cuatro, en el clásico misionero, me cabalgó como la mejor. En fin nada que envidiarle a cualquier occidental y cristiana (judía, ni atea tampoco) encamada y caliente.
Nunca le presenté a mi esposa
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