18. La Sepulvedana era la mejor forma de salir de allí.

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La Sepulvedana era la mejor forma de salir de allí. Era la única línea de autobús que salía y entraba del pueblo e iba muchísimo más rápido que el burro más sano del pueblo. Costaba caro, pero los que la usaban dicen que merecía la pena. En la ciudad había casas muy altas y muchos aparatos pequeños que llamaban coches, que eran como Sepulvedanas pero en pequeñito, donde sólo cabían cuatro como mucho, por mucho que fuera indicara seiscientos. Seiscientos no caben ni en cincuenta Sepulvedanas, o a lo mejor sí. La verdad, es que las matemáticas nunca había sido algo que hubiera podido desarrollar Tomás. Bueno, ni las matemáticas ni ninguna otra materia. Era el octavo de quince hermanos, y allí el que nacía se incorporaba a la plantilla familiar y tenía que segar y cargar como el que más. El que no aportaba no comía. Así fue como fue educado. Pero Tomás era noble y no trampeaba como alguno de sus hermanos. Él era buen chico y le encantaba ir el domingo a la plaza del pueblo, a ver como partían en la Sepulvedana una serie de afortunados que podían permitirse subir y desaparecer bien lejos para siempre que quisieran.


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