COMPARTIR: 1- Noche de viernes

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Habíamos quedado con Marcos y Ana para ir a pasar unos días a la sierra. Los conocimos hace cuatro años cuando coincidimos de vacaciones en una casa rural en Asturias. Eran una pareja de edad media, como nosotros, simpáticos y muy agradables.

Tras aquellas vacaciones, habíamos seguido en contacto y salido de vez en cuando a cenar o a tomar unas copas por lo que la amistad fue, poco a poco, creciendo.

El lunes nos llamaron. Les habían prestado una casita en la sierra y nos invitaban a ir con ellos el fin de semana. Aceptamos. Un poco de naturaleza nos vendría genial.

El viernes, después de trabajar, nos reunimos con ellos y emprendimos el viaje en coche muy alegres y animados. Llegamos casi sin enterarnos. Era una casita pequeña situada entre árboles junto a un arroyo de aguas cristalinas. Una única estancia. Tenía una sala con chimenea y cocina en la planta baja y una entreplanta con el baño y una zona de dormir abierta a la sala.

-Instalaos vosotros arriba -dijo Ana- baja las maletas Marcos yo voy a la poza, me apetece un baño. ¿Alguien se anima?

-¿Hay algún volcán cerca? -preguntó mi mujer- Si es este agua, paso.

-Y yo - dijo Marcos- está helada. De verdad.

-¡Cobardicas! -se rió Ana. Y clavando su mirada en mi- ¿tú tampoco Santi?

-Bueno... ¡voy! -exclamé demasiado jovial.

Ana cogió dos toallas de una estantería y nos alejamos por un camino, apenas una senda. Doblamos el recodo y la vimos. El riachuelo se deslizaba, desde una roca de apenas dos metros de altura, hasta un pozo de agua quieta y transparente. Los árboles, hayas en su mayoría, vestían los bordes y el sol ponía su brillo dorado sobre el agua amansada.

-Aquí la tienes -dijo Ana comenzando a desvestirse- ¿Vienes?

Se quedó totalmente desnuda delante mía con la mayor naturalidad. Tenia un cuerpo bonito, con unas curvas remarcadas por unos kilitos de más pero que le daban un mayor erotismo. Los pechos redondos, firmes, generosos, coronados por los pequeños botones que surgían en las doradas areolas y el sexo adornado por prietos rizos de suave vello de color castaño claro.

-¡Venga! ¡Anímate! -dijo estirando de mi camiseta hacia arriba. 

Dio media vuelta, salió corriendo y se metió en el agua con un grito. Me desvestí y la seguí. El agua estaba helada. Tanto que me cortó la respiración dejándome como una estatua. Ana se cargó sobre mis hombros empujándome hacia abajo.

-Si te mojas entero está menos fría.

Salimos. Se secó ligeramente y se envolvió en la toalla tendiéndome la otra.

La tarde fue pasando. Poco antes de cenar, Marcos encendió la chimenea ya que por la noche la temperatura aún era fría en la altura. Cenamos lo que habíamos llevado de casa en un ambiente muy cercano y agradable mientras charlabamos de mil cosas distintas. El tiempo iba pasando agradablemente pero el cansancio ya iba haciendo mella en todos nosotros. Nos despedimos de Ana y Marcos y nos retiramos a descansar. Ellos se quedaron, susurrando sentados, sobre la alfombra frente a la chimenea.

Tumbado en la cama, acudió a mi mente la imagen de Ana desnuda en el bosque, nítida y clara, como si la tuviese en ese momento frente a mi. Sentí un latigazo en la entrepierna y abracé a mi mujer por detrás posando mis manos sobre sus senos y aspirando el suave olor a jazmín de su piel en un intento de alejar de mi mente la imagen de nuestra amiga. Empujó sus nalgas contra mi pelvis y ronroneó. Le besé la nuca, el cuello, acaricié los pezones que se pusieron duros de inmediato. Mi miembro, con vida propia ya, presionaba sus nalgas. Ella lo acarició recolocándolo entre ambas. Bajé la mano a su sexo y lo encontré húmedo y caliente. Gimió. Oímos unas risitas abajo. Risitas y...¿gemidos?. Nos giramos colocándonos al revés en la cama para poder ver la planta baja. Ana estaba tumbada de espaldas sobre la alfombra, con la cabeza de Marcos entre sus piernas, gimiendo quedamente y retorciéndose de placer a la luz de las llamas. 

Julia, mi mujer, tomó mi pene en su mano masajeándolo lenta y delicadamente. Me apoderé de su boca, jugando con su lengua, para acallar mis propios gemidos. Marcos fue, poco a poco, girándose en relación a Ana hasta colocar sus atributos viriles al alcance de la boca de su mujer que, de inmediato, tomó el pene en sus labios. Verles allí, iluminados por las llamas, encendidos ellos de pasión, entregados, aumentaba al máximo nuestra propia excitación. También Julia llevó la boca a mi pene para acariciarlo con los labios y la lengua en tanto yo masajeaba su clítoris e introducía dos dedos en su vagina.

Abajo, Ana sentada sobre Marcos, se movía arriba y abajo, la boca abierta, los pechos desafiantes, en busca del placer mientras Marcos le acariciaba la espalda, las nalgas, los pechos, pellizcaba los pezones y le introducía en la boca unos dedos que ella lamía y succionada ávidamente. La escena, además de bella era muy caliente. Me tumbé boca arriba y Julia, imitando a Ana, se sentó sobre mi introduciendo el pene en aquella gruta ardiente e inundada. No pude evitar que se me escapase un gemido. Los ojos de Marcos y Ana se cruzaron con los nuestros y, dedicándonos una sonrisa, propusieron:

-¿Por qué no bajáis? Aquí estaréis mas calentitos.

Julia y yo nos miramos un poco cortados.

-Anda... bajad -la voz dulce y melosa de Ana era como una caricia- ¡Por favor!


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