Intentó entrar con sumo cuidado por aquella puerta y deslizarse por el suelo con gran sigilo una vez hubiera entrado, pero al final accedió como siempre, golpeándose contra los arboles y peleándose con la puerta mientras intentaba a duras penas abrirla con sus desgastadas llaves. Después, cuando al final consiguió entrar, se resbaló y acabó tirado en el suelo, llorando avergonzado mientras rezaba para que sus hijos no hubiesen podido contemplar aquella lamentable escena.
Había tocado fondo, tenía que admitir que lo que empezó siendo una costumbre de fin de semana había terminado siendo una adicción insana que le consumía tanto por dentro como por fuera. Era horrible, nadie en su sano juicio podría desear vivir como él, pero las adicciones no se eligen, ellas te eligen a ti.
Antes apenas bebía, pero poco a poco empezó a acostumbrarse a acompañar la comida con cerveza y posteriormente comenzó a beber cuando se sentía deprimido. Sin embargo, al final ya no necesitaba ninguna excusa, pues lo hacía siempre, daba igual que comiera o ayunara, saliera o se atrincherase en casa, riera o llorase. Simplemente bebía, cuidándose solo de no hacerlo en presencia de sus hijos o su mujer, aunque ésta última ya lo sabía.
No se sentía con las fuerzas suficientes, pero tomó la determinación de arrastrarse hacia su habitación. Una vez dentro, consiguió las suficientes fuerzas para incorporarse y acostarse en la cama, pero al final decidió dormir en el suelo para no molestar a su mujer.
Durmió profundamente, pues sabía que cuanto más tiempo lo hiciera, menos horas tendría al día siguiente para beber, pues él quería dejarlo aunque su vicio no pensara lo mismo.
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