LA FÁBRICA DE SUEÑOS

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El mundo se dividió en dos. Antoine miraba a su alrededor mientras viajaba en tren al trabajo. La diferencia entre los pasajeros que se habían hecho el tratamiento y los que no, era evidente. En el atestado vagón las personas tenían ya sea unas enormes sonrisas, o bien unas caras largas y depresivas; iguales a la suya.
 
«Dibújese una sonrisa. Deshágase de sus deseos imposibles. Disfrute de su vida al máximo convirtiéndola en su nuevo sueño»
 
Por todas partes se leía aquella publicidad; la Fábrica de sueños era un éxito.
 
Al principio hubo resistencia, no todos deseaban que les borrasen sus sentimientos, preferían aferrarse a la nostalgia y a los logros más efímeros. Con el tiempo, hasta los más escépticos notaron que aquellos que se sometían al tratamiento vivían más felices, mientras que los otros seguían suspirando en los rincones por sus objetivos inconclusos.
 
-El sábado me haré la intervención -dijo Pierre en la oficina.
 
-¡No lo hagas! -dijo Antoine.
 
-Ya lo he decidido. El lunes regresaré como un hombre renovado.
 
-¿Qué sucederá con tus aviones? -preguntó Jacqueline.
 
La vista de Pierre se perdió en el vacío:
 
-Antes de irme pasaré todo el día mirándolos; disfrutándolos por última vez.
 
De joven, Pierre reprobó el examen de admisión para convertirse en piloto, y lo más cerca que pudo estar de realizar ese sueño fue armando y coleccionando aviones a escala. Una noche en la Fábrica de sueños bastó para que le borraran el interés por sus pequeñas réplicas. Cientos de modelos de plástico y otros tantos de madera terminaron en grandes bolsas negras directo a la basura. Ya no significaban nada para él, le habían inyectado un nuevo deseo: ser un empleado administrativo en una enorme empresa sin rostro. Ese sueño era mucho más fácil de cumplirse, de hecho ya lo había alcanzado, pues desde hacía doce años trabajaba en un pequeño cubículo como uno de los encargados de parametrizar las divergencias. Todos decían que parametrizar las divergencias era el trabajo más aburrido que pudiera existir, pero para Pierre, esa tarea se convirtió en el objeto de su felicidad.
 
Ese lunes, cuando regresó a la oficina, era evidente que se había hecho el tratamiento. Apareció con una sonrisa que sus compañeros lo creían incapaz de gesticular. Muchos más quedaron entonces convencidos de la efectividad de la Fábrica de sueños, sin embargo Antoine seguía reticente a someterse al tratamiento; él no veía más que sonrisas vacías en los rostros de los que habían pasado por allí, estaba convencido de que había algo faltante en sus miradas.
 
Antoine también parametrizaba divergencias en la empresa, trabajaba en el pequeño cubículo F7 junto al de Pierre y al de Jacqueline, y sabía que era cuestión de tiempo para que ella también deseara visitar la empresa de la que todos hablaban.
 
-No lo hagas -le dijo-, observa a los que lo hicieron. Cuando uno sonríe de verdad, se le nota también en los ojos, no solo en la boca.
 
Ella se quedaba pensando, pero cada día que pasaba estaba más convencida.
 
Antoine estuvo enamorado en secreto de Jacqueline durante años, amaba su pasión por el cine y la poesía. No podía quitarle la vista de encima cada vez que apoyaba su rodilla en el escritorio para sacar los cuadernos que tenía en la repisa. Un pie de puntillas en el suelo mientras la otra pierna se abría hacia a un lado mostrando unas exquisitas medias de red y destacando sus caderas. Él la contemplaba cautivado; a su alrededor, decenas de cajoneras metálicas estallaban cubriendo la oficina de papeles.
 
Los cuadernos estaban repletos de poemas que ella misma escribía en los momentos libres y, aunque cada rima era peor que la anterior, las mostraba orgullosa a sus compañeros de trabajo. Pero él se desenamoró de ella luego de que se sometiera al tratamiento que ofrecía la Fábrica de sueños.
 
-Debes intentarlo tú también, Antoine. Al fin logro cumplir mis sueños.
 
Él seguía convencido de que la Fábrica de sueños no era más que una pesadilla. Ver la repisa vacía de Jacqueline le provocaba dolores en el pecho; extrañaba a esos cuadernos coloridos y a esa mirada cargada de ilusión que ella ponía cuando se los leía en voz alta.
 
Una tarde, Antoine decidió visitar el lugar culpable de que su mejor amigo y el amor de su vida no fuesen los de antes. El edificio era gigantesco. Las altas paredes de vidrio parecían extenderse hasta el cielo. Sobre ellas había imágenes de sonrisas. Eran sonrisas de modelos, pero a ojos de Antoine parecían grotescas. Ingresó diciendo que se iba a someter al tratamiento; una vez allí, se dirigió a la oficina central escondiéndose de las cámaras mientras atravesaba los largos pasillos.
 
-¡Alto! -dijo un guardia-. Esta es una zona restringida.
 
-Vengo a que me borren los sueños y a que me hagan desear ser guardia de seguridad -dijo Antoine- ¿Le parece una buena idea?
 
El guardia sonrió con ojos vacíos y, en ese instante de distracción, Antoine lo golpeó en el rostro dejándolo inconsciente.
 
Siguió su camino hacia la oficina en la que se almacenaban los pequeños sueños sintéticos que se les inyectaba a los pacientes. No había nadie allí en ese momento, por lo que se dispuso a romper los ordenadores con sus propias manos y pies.
 
La alarma comenzó a sonar, las luces blancas se apagaron dando lugar a unas rojas, y un científico de anteojos apareció corriendo:
 
-¿Qué cree que está haciendo? -le gritó.
 
-Lo que ustedes hacen aquí es una abominación, solo reparten falsas alegrías -dijo Antoine-. Este es mi sueño: destruir este lugar para que la gente vuelva a soñar a lo grande. ¿Qué importa si alguien no logra sus objetivos?, ilusionarse y desilusionarse son partes de la vida. Podrán detenerme, pero vendrán otros como yo; ya lo verán.
 
Cuatro guardias ingresaron y lo sujetaron mientras él seguía golpeando los ordenadores.
 
Antoine destruyó muchos sueños sintéticos que estaban allí almacenados, y debieron pasar varios meses para que los expertos pudieran sustituirlos. Sin embargo, hubo unos pocos archivos que no fueron destruidos. Entre los que se salvaron estaba nada menos que el sueño de ser el encargado de parametrizar las divergencias en una enorme empresa sin rostro.
 
A la mañana siguiente Antoine regresó a su trabajo. Pierre y Jacqueline aplaudieron contentos cuando lo vieron saludar a todos con una sonrisa renovada y vacía.
 
 
FIN
Autor: FEDERICO RIVOLTA

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