Masajistas

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¿Y la novia? – dijo en tono serio. Nada loco. Llevamos 5 años, pero estoy aburrido. Siempre es lo mismo. Hasta coger es monótono, creo que me quedé sin trucos – dije en burla y resignado. ¿Pero la quieres? Claro que la quiero. 5 años, son 5 años. ¿Cómo no la voy a querer? – asentí convencido. Viejo, usted lo que necesita es comerse una masajista. Le juro que lo va a renovar, y con un poquito de inteligencia, te va a enseñar nuevos trucos – decía con un tono serio, como si estuviera hablándole a un micrófono. ¿Una masajista? ¿No sabe qué es una…? – y empezó a retorcerse de la risa- Viejo, usted esa mujer no lo ha dejado disfrutar la vida, déjeme le presento a una amiga. 

 

Salimos a la calle, hasta un edificio. Subimos por un ascensor viejo y destartalado hasta el último piso. Solo había una puerta en aquel corredor. Al timbrar, nos saludó un hombre, que por su voz, supuse que era el mismo que nos había hablado hace un instante.

 

Hoy le traigo a mi amigo. ¿Está Esmeralda? Creo que ella es apropiada para él – dijo El Cantante – Y tranquilo que yo pago por él. Viejito, es por esa puerta. Siga que ahí está la pelada esperándolo – me dijo el hombre en un tono natural.

 

 El apartamento parecía un consultorio médico y habían varias puertas, todas estaban cerradas. Abrí la que me habían indicado y encontré una camilla de masajes. La habitación era de aproximadamente 5 x 5 y aparte de la camilla.. En ese mismo momento que miraba mi alrededor, la segunda puerta se abrió.

 

Hola mi amor, soy Esmeralda. Quítate la ropa, acuéstate boca a bajo y relájate – me dijo con amabilidad la mujer mientras me extendía una toalla.

 

El corazón empezó a latirme con violencia y nuevamente bajo mi pantalón hubo un movimiento más violento que el anterior. Esmeralda debía tener unos 30 años. Su estatura era media y su piel trigueña. Tenía unos labios carnosos pintados de color vino tinto. Su sonrisa era amplia y amable, y sus ojos eran levemente rasgados pero tenía una mirada viva. Iba vestida con ropas de terapeuta. El uniforme era aguamarina y a su camisa le faltaban dos botones por apuntar en la parte superior, lo cual dejaba entrever unos senos grandes muy parados. El pantalón le quedaba muy ceñido y por delante dejaba ver una exquisita profundidad y por detrás un redondel descomunal. Dentro de mis gustos nunca había preferido a las latinas, pero aquella mujer, con su sola presencia, estaba logrando que mi verga se parara.

 Me acosté en la camilla tal y como me lo había indicado. Ella me acomodó la toalla sobre el culo y empapó sus manos con un aceite. Empezó a masajearme la espalda suavemente y me preguntó:

 

¿Es tu primera vez? – me dijo en un tono dulce. Sí, es mi primera vez. Tengo novia. – dije con torpeza. Ella se rió. Supongo que ella no sabe que estás acá, ¿ cuántos años tienes corazón? – me preguntó mientras sus manos empezaban a apretar mi espalda. 20 – respondí. Cada vez empezaba a disfrutar más el momento y mi cuerpo empezó a relajarse. Eres un bebé. Te voy a tratar con cariño. Pero te tienes que relajar porque si no, te vas a venir muy rápido.

 

Los dos nos reímos. Ella me pidió que cerrara los ojos y que no los abriera hasta que ella lo indicara. Luego empezó a masajearme las piernas y poco a poco, y con lentitud, empezó a abrirlas. En ese instante, subió un poco la toalla y con las uñas acarició mis testículos suavemente. El roce hizo que me retorciera. Esmeralda sabía muy bien lo que hacía, y sin darme cuenta, ya la tenía completamente dura. Ella me pidió que me diera la vuelta, pero sin abrir aún los ojos. Hice lo que dijo, y la verga se puso en su sitio. Esmeralda quitó la toalla y con las manos aceitadas me la agarró suavemente. Empezó a subir y a bajarlas, cada vez aumentando más el ritmo. ¿Te gusta? Preguntó haciendo una inflexión erótica en su voz. Mucho, respondí suspirando. Pues prepárate para lo mejor.

 

Sin dejar de agarrarla, sentí cómo su boca húmeda se adueñaba de mi verga. Con la lengua, hizo círculos en la parte de arriba, mientras que con la mano apuraba a una buena velocidad. Luego de una prolongada sesión, se introdujo completamente la verga en la boca, y a los pocos segundos la quitó y se quedó callada. No abras los ojos todavía, me dijo. Yo estaba extasiado, nunca mi novia me había hecho un oral tan brutal. Estaba respirando con mucha rapidez. Unos segundos después, sentí cómo Esmeralda se subía a la mesa y me pedía que abriera los ojos. Estaba sobre mí. El uniforme de terapeuta se lo había quitado y tenía puesta una blusa blanca de tiritas, no tenía sostén y sus pezones se dibujaban duros por encima de su vaporosa prenda. Pantalón tampoco tenía, solo unas tangas vino tinto de encajes que hacían juego con sus labios. Sus piernas se veían preciosas, imponentes. La excitación de verla sobre mi, abierta de piernas hizo que empezara a enloquecer. Se corrió la tanga hacia un lado y con la mano, cogió mi verga y empezó a acariciar su clítoris. Estaba húmeda. Su rostro quitó la amabilidad y se convirtió en uno de placer. Finalmente dejó la verga entrara completa y soltó un leve gemido. Me cabalgó como nunca lo habían hecho. Al principio empezó a moverse de arriba a bajo y se quedó completamente pegada a mi cuerpo, luego empezó a moverse hacia delante y atrás, meneando el culo. Ahí se soltó el pelo, que estuvo recogido todo el tiempo, sacudió la cabeza y empezó a tocarse los senos. Quiero verte las tetas, le dije desesperado. Me miró, sonrió y luego dejó que las tiras de la blusa le cayeran por los brazos, y con un movimiento rápido de sus dedos la parte de arriba cayó. Sus tetas se veían deliciosas. La aureola de su pezón era ancha y la parte central estaba muy rígida. Levanté mi tronco, agarré su cintura con una mano y besé sus pezones. Nos quedamos en esa posición unos minutos y luego se levantó. Yo hice lo mismo y se acostó sobre su espalda, abrió las piernas y se hizo muy cerca al extremo de la camilla. Me paré frente a ella y le introduje dos dedos dentro de la vagina. Estaba muy húmeda y caliente. Ella gimió de placer. Luego arqueé los dedos e hice movimientos hacia arriba y abajo, mientras mi lengua y labios jugueteaban con su clítoris. Esmeralda gemía como nunca. Tenía sus brazos sobre la cabeza y vi cómo con su boca se mordía el bíceps derecho. Me pidió que la volviera a penetrar. Cogí sus dos piernas, cada una con una mano, las abrí completamente y la introduje toda en su coño. Le di como nunca, rápido, quería acabar ahí. Ella gemía y retorcía su tronco de forma sensual. Sus senos se mecían hacia arriba y abajo. Gritó que por favor me viniera. La saqué y lo descargué todo sobre su abdomen. Ella seguía gimiendo suavemente.


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