LOS ANALES DE MULEY(1ªPARTE)(15)
Por YUSUF AL-AZIZ
Enviado el 21/06/2015, clasificado en Varios / otros
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XVll
Que grandiosas palabras,
para mis adentros decía,
pues honrar a mi enemigo
o exaltarlo, nunca podría;
pienso que solo quería
hablar un rato conmigo.
¿Cómo iba a perdonar
a quien expoliaron
y la huerta quemaron?
Mi odio y dolor era tanto
que mi alma quebrantaron,
y se agravó mi quebranto.
Si yo hubiera podido
me hubiera enfrentado
a esos viles ladrones,
pues quedé paralizado
y todo acojonado
al comprobar sus acciones.
Pero sus gozosos rostros
en mi retina quedaron
como tétricas postales,
son recuerdos personales
que penas se enfundaron
y sus podios olvidaron.
En mi anidó la pena
desde aquel triste día
y mucha angustias sentía,
pero el tiempo calmó
todo cuanto yo sufría
y el perdón afloró.
Pues a través del tiempo
a mucha de esa gente
la he visto fallecer,
pero no era sugerente
y menos aún conveniente
expresar mi parecer.
La guerra nos llena de odio
y nos hace muy valientes
cuando somos vencedores,
expones lo que sientes
sin miedo a las gentes
porque somos los mejores.
No luché en ningún bando,
pero en guerra viví,
la vida casi perdí
y el odio fue mi fuente;
mucho de ella bebí
y me hice el valiente.
También fui cobarde,
pero nunca lo negué,
miedo tuve a la muerte
y de ella escapé;
tan buena gente encontré
que cambió mi suerte.
Así es esta cruel vida
de péndulo oscilante,
rígido y variante;
muestra su trayectoria
y corta la memoria
de cualquier viandante.
Quién niega su miedo
niega su valentía
y puede que algún día
de ello se arrepienta;
quién al miedo se enfrenta
olvida su cobardía.
Eran monólogos largos
y no entré en conversación
porque tenía vocación
de ser simple espectador,
pues comprendí la razón
de aquel sutil orador.
Quería calmar mi impotencia
porque eran tristes momentos,
de muertes violentas
que herían sentimientos,
pues a tantos sufrimientos
tendrían que rendir cuentas.
Aquellos monólogos,
sus bellas disertaciones,
no calmaron aflicciones
porque dejé de creer
en razonables lecciones
que justifican a un ser.
Toda justificación
culpabilidad encierra,
todo aquel consciente hierra
si habla de esa guisa,
pues de muertes precisa
para acallar esta guerra.
No era niño espabilado
en números o en lectura,
y odiaba la escritura;
pero tenía inteligencia
para adoptar la postura
que dicta mi creencia.
Del maestro discrepaba
en sus disertaciones
donde exponía opiniones
de fundamento social
o de triunfo general,
pues no entendía sus razones.
Yo era un niño lerdo
en cuestiones sociales,
pero de mucho intelecto;
las enseñanzas morales
eran para mi esenciales
con un énfasis selecto.
Solo me miraba en ellas
pensando en mi formación,
siempre ponía atención
esperando esos momentos
de buena disertación
y coger sus fundamentos.
El tiempo iba pasando
y nuestra plácida estancia
abocada a su final,
la guerra y su resonancia
avivaba la arrogancia
del fuerte bando rival.
Sabía que de esa casa
tendríamos que salir,
pues deberíamos partir
de ese humilde hogar
y así no interferir
en su labor de salvar.
Aunque a otras mandó
y ordenó fusilar,
pero pudo rescatar
muchas vidas condenadas,
más tengo que resaltar
sus acciones ordenadas.
Se me iba el tiempo
y todo lo aprovechaba,
su enseñanza quedaba
para el día de mañana,
porque mi mente brillaba
con bella luz no lejana.
Llegó el día de partir,
todo estaba calmado
y lo nuestro olvidado,
su recuerdo quedó
en mi alma impregnado,
pues nadie lo borró.
Salimos de aquella casa
a hurtadillas, algo lentos,
fueron tristes momentos
hasta que nos ignoraron,
pues salimos contentos
cuando nos olvidaron.
Llegamos a la huerta.
Todo era desolador,
me produjo gran dolor,
contemplé su destrucción,
miré a mí alrededor
y fue una desilusión.
La casa grande estaba
casi destruida, quemada,
nuestra triste mirada
de impotencia lloró,
pues quedó tan asombrada
que de pena suspiró.
Lloramos la barbarie
de aquellas impunes gentes
llenas de odio y rencor,
fueron unos delincuentes
quienes usaron sus mentes
para sembrar el dolor.
Aquella enorme mansión
su esplendor había perdido,
pues todo estaba destruido;
solo sus muros quedaban
y sus sombras adornaban
aquel paraíso hundido.
Destruyeron su historia
y todo su ante pasado
ha quedado olvidado,
pero su recuerdo vive
en el tiempo atrapado
y muestro honor revive.
Porque todo aquí queda,
su recuerdo guardamos
y su andar no olvidamos,
pues buscamos el momento
de evitar el tormento
aunque raro lo tengamos.
Absorta en la mansión
mi buena madre lloraba
de rabia y de pena,
destruido toda estaba,
más ella nunca esperaba
contemplar dicha escena.
¿Qué pasaba por su mente?
Tan solo ella lo sabía
en tan lúgubres momentos,
su dolor aparecía
cuando ella pretendía
remover los cimientos…
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