Ahí estaba ella, viendo la tele sentada en el sofá, de espaldas a mí y con el mentón en una de sus rodillas. Ver que se había puesto el pijama que le regalé por Navidades hizo que la parte baja de mi estómago cosquilleara. Como todas las noches, se había trenzado el pelo a un lado, por lo que sus hombros estaban al descubierto, su piel tostada y tersa sólo interrumpida por los tirantes de su camiseta.
Recorrí con los ojos su espalda, encorvada por la postura pero hermosa. Noté que no llevaba sujetador, así que posé mi mirada en la parte derecha de su costado, donde el hueco entre la axila y la tela dejaba entrever una de sus suaves montañas. El color rosado de su cumbre combinaba perfectamente con su piel, y parecía una zona tan blanda que me dieron ganas de posar mis labios y reclamar su dureza mientras lamía su aureola.
La lluvia en los cristales no me hacía ningún favor, ya que el agua me daba ganas de esparcir mi propio líquido en su cuerpo. Quería bañarla en mi fluido y que el único sonido saliera de ella, quería tenerla debajo de mí y que me prestara atención. Pero no hice ruido, arruinaría el momento si se enterase de que estaba ahí, con mis pantalones tensos por la presión.
Aprovechando que no había nadie más en casa y que ella estaba ensimismada con la película, bajé mis vaqueros y ropa interior hasta mis pies. El frío me golpeó los primeros minutos, pero un vistazo más a su cuello me hizo entrar en calor. Sustituí la camiseta por el albornoz, y me quedé desnudo pero cautelosamente tapado hasta las rodillas. Mi miembro ya estaba libre, y así me lo mostró levantándose y apuntando hacia ella. La tentación era tan grande que no me pude resistir y lo tomé en mi mano, aliviando el ansia de ser tocado. Mi imaginación vagaba por su cuenta, pero decidí mejor centrarme en esa oportunidad porque no sabía si la volvería a tener.
Me acerqué a ella aun por detrás hasta que toqué el sofá con la punta de mi miembro. Ya tenía un ritmo mientras lo acariciaba, ni muy lento ni muy rápido. Me incliné hacia delante y coloqué mi nariz a un centímetro de su melena. Llevaba todavía el perfume de ese día, lo que me hizo dudar si se había duchado o no, y la idea de su propio olor corporal aumentó mi excitación. Necesitaba ir más rápido, así que dejé mi mano quieta y cerrada en un círculo y moví mis nalgas en su lugar, entrando y saliendo del agujero que había formado con los dedos.
Su aroma y presencia estaban volviéndome loco, si así ya estaba disfrutando no quería ni pensar cómo sería realmente introducirla en su boca carnosa. Con el dedo índice, cogí unas gotas que ya salían y lo deslicé por su pelo, marcándola sutilmente. Ya tenía algo mío en ella, y algún día nuestros cuerpos se rozarían y chocarían, estaba seguro. Entonces gemiría gracias a mí, y compartiríamos sudor y cama.
En ese instante me contenté con ver cómo mi erección llegaba al clímax mientras lo agitaba, y la fuente que me salió del miembro fue a parar directamente al respaldo del sofá. Aunque no pude echarlo en su interior, el hecho de que luego se apoyaría en él me sacó una sonrisa: mi líquido se quedaría pegado a su espalda toda la noche.
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