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-¡¿Te acordas de mí?!, ¡¿Te acordas de mí?!- el odio se había apoderado de todo su ser –¡O tal vez nunca fui lo suficientemente importante como para que me recuerdes.!
La mano de Johannesburgo apretaba tan fuerte el rostro de aquel hombre que sus dedos estaban a punto de penetrar en su carne. Le acerco el arma, y un gran estruendo resonó por todo el lugar, luego silencio.
Johannesburgo no era un buen hombre, y algún día los dos se encontrarían en el infierno, pero no importaba. Para bien o para mal, hoy se había hecho justicia.
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