Y se abrió el telón de la obra más patética jamás escrita, donde el protagonista es el espectador pasivo de su propia vida. Con denuedo éste intentaba cambiar su sino y, a veces, parecía que lo había conseguido pero no era así. La esperanza, intensa y efímera, subrepticiamente penetraba en los más recónditos lugares de su pensamiento; insinuándose, provocándole para que siguiera jugando a un juego que no podía ganar.
¿Hay sabor más amargo del causado por el rechazo? Puedo afirmar, por experiencia, que no lo hay.
Entre tantas máscaras que he vestido me he perdido a mí mismo; ya no se quién soy, ni adónde voy ni adónde quiero ir. Antes sentía por lo menos odio, ahora, la insípida apatía me consume como una enfermedad terminal. Gris... gris... el mundo está gris e inerte. No hay sonido alguno pero, si agudizas el oído, puedes todavía escuchar los gemidos ahogados de mi ser pasado.
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