Había llegado el día. Él se encontraba en la entrada de la habitación con una gran sonrisa. Finalmente el momento llego, y él me estaba esperando allí. Me acerque y le devolví la sonrisa. Estaba muy nerviosa. Él puso su mano en mi hombro, y no necesito decir nada más, confiaba en él. Todo iba a estar bien, lo sabía. Muy suavemente me hiso entrar y recostar. Él acerco su rostro al mío hasta que prácticamente sentí su respiración en mi cara. Murmuro algo en mi oído y me relaje mucho más. Cerré los ojos, pude sentir el peso de su cuerpo sobre mí. De pronto el tiempo se detuvo. Ya no estaba más nerviosa. Un sinfín de nuevas emociones se apoderó de mi mente y de mi cuerpo. Su respiración, sus manos. Podía sentirlo, saborearlo. En ese momento los dos nos volvimos uno. Sentí una presión más fuerte. Era el final. Lo sabía, lo sentía. Todo mi cuerpo se estremeció de una forma que jamás lo había hecho. Requirió todas mis fuerza detener el espasmo que se había apoderado de todo mi ser. Sentí sangre brotar de mi cuerpo, sabía que era normal, pero sentí algo de tomar de todas formas. Volvía a escuchar palabras tranquilizadoras. De pronto todo había terminado. Sentí paz, cansancio, felicidad. Abrí los ojos, volví a ver su gran sonrisa. Quise decir algo, pero no pude, las palabras no me salieron, pero no importa. Pude sentir su respiración, él estaba cansado también. No miramos en silencio, no hiso falta nada más. El buen dentista había logrado quitarme la muela.
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