Una mañana me levanté con ansias de respirar aire fresco, estaba completamente sudado, arremolinado en la cama. Una sensación pegajosa sentía cuando pasaba mis manos por mi piel desnuda. Fue desagradable encontrarme en la cama junto a esa mujer usada, ella había tenido miles de relaciones antes, y ahora me traspaba esa carga.
Podía olisquear su olor pegado en mi piel, aquel olor a zorra que ahora marcaba mi puritana piel. Cómo había caído tan bajo para perder mi virginidad con aquella cualquiera, no quería que fuera de esa forma, pero ni modo. Ahora que me siento a escribir esto trato de recordar que fue exactamente lo que ocurrió, aunque los recuerdos se presentan inconexos, y me duele la cabeza al intentar recordar esa noche.
En vano traté de rememorar lo ocurrido durante no sé cuánto tiempo, todo es difuso ahora, como si la carga de aquel encuentro hubiera embotado mis sentidos, estoy menos agudo que antes, estoy más de la mitad de lento que antes del choque.
Desafortunada aquella mi elección, eleguir a una mujer promiscua en lugar de la santa que estaba a su lado, elegir la desdicha luego de una dicha fugaz a la dicha duradera a cambio de pequeñas tristezas.
Ahora me viene algo de aquella noche. Era un viernes por la noche, y estaba realmente aburrido, así que me dispuse a salir vestido con lo que me quedaba mejor y buscar algo nuevo, una experiencia inolvidable. Qué mejor lugar que un bar repleto de chicas. Cuando llegué alzé mi mirada en busca de mi presa, pero realmente suena gracioso decirlo así, ya que era virgen, más bien sería la víctima.
Me acerqué a la barra y pedí una copa de vino, quería que me vieran como un vampiro. Aunque no había llegado la copa cuando salí a toda prisa del local, se me había olvidado comprar un preservativo. Supongo que todas esas charlas de prevención sexual vinieron a mi mente en ese momento, y me obligaron a salir. Rato después volví pidiendo disculpas por el inconveniente causado.
Después de tomar un sorbo de la copa me dispuse a pensar cómo atacar a una mujer, era la primera vez que lo hacía, y no se me ocurrió nada más que tocar a diestra y siniestra, pero reflexioné más, y supuse que eso me haría ver como un depravado necesitado. Seguí así por un rato cuando de repente se acerca una mujer cuarentona de buen cuerpo.
-Buenas noches- dijo la dama. No sabía si responderle o no, pero en ese momento una respuesta natural llegó a mí: "solo sé tú". -Sí, es buena esta noche, sobretodo con su presencia aquí a mi lado- le dije. -Por qué me saluda, quiere algo- le inquirí. -Es raro ver a un hombre tan guapo y tan solo por estos sitios, uno piensa que lo pueden haber dejado- dijo ella. -No es eso, vine en busca de aventuras, cuál es su nombre- le pregunté. -Mi nombre es Ana, y me gustan las aventuras- me dijo con una mirada pícara.
No supe si tomar a atrevimiento aquello que dijo o a inocencia. Por suerte yo no era un depravado, sino la hubiera drogado y probablemente violado o convertido en una esclava sexual.
De repente la imagen de ella se me presentó doble, una irradiaba un rojo escarlata y la otra un azul matino intenso. Supungo que la copa empezaba a hacer sus efectos, aunque ahora mismo no sé a qué aludir aquél extraño efecto.
Miré fijamente a los labios de la mujer de rojo, y pude ver como esta me tomaba de una de mis manos y metía la otra en uno de mis bolsillos.
Después de eso supongo que me llevó a mi apartamento y pasó lo que tenía que pasar, aunque no lo recuerdo, y no sé por qué. Creo que fueron sus labios los que me hechizaron, o quizá me drogó.
Lo cierto es que me dio mucha rabia que me hubiera quitado mi virginidad, por ello aún tengo mis manos llenas del tinte rojo que manchó mis muñecas cuando le clavé el puñal en su zona íntina. No creo que la haya matado, pero tuve que contratar a un personaje de esos que hace hipnosis para borrarle parcialmente lo acontecido.
Fue una rar experiencia.
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