LOS ANALES DE MULEY(1ª PARTE)(16)
Por YUSUF AL-AZIZ
Enviado el 24/06/2015, clasificado en Varios / otros
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Se podía adivinar
su afligido pensamiento,
lejos del resentimiento
su vida allí recordó,
pues con esmero cuidó
la casa en cada momento.
Atrás dejó días crudos
cuyos recuerdos quedaron
en el tiempo dormidos,
pero pronto se avivaron
y su cara les mostraron
con sus gestos afligidos.
Aunque triste comprendió
que pronto llegaría el día
que esa casa resurgiría
alcanzando su esplendor,
porque esperanzas tenía
puestas en su señor.
Aquellos fuertes muros,
por el fuego ennegrecidos,
clamaban ser reconstruidos,
su clamor se oirá;
pondremos nuestros sentidos
y su construcción se hará.
Cuando contempló la casa,
esa donde me parió,
amargamente lloró,
pues ya no tenía hogar
y todo se le esfumó.
¡Lícito era su llorar!
Era tanta su aflicción
que las manos me apretaba
y no se daba cuenta
del daño que efectuaba,
más estoico aguantaba
como si pagara renta.
Al contemplar su hogar
quemado y ruinoso,
su alborotado llanto
brotó fuerte, penoso,
altivo y temeroso,
pues quebró su quebranto.
Yo contemplaba la tierra
polvorienta y baldía,
toda yerma parecía;
lo veía todo incierto,
como un gris desierto
que va muriendo cada día.
Aquella esplendida huerta
de magníficos frutales
y bellísimos rosales,
brillaba por su ausencia;
más razones personales
agriaban mi convivencia.
Ardua sería la labor
de regenerar la tierra
porque esta maldita guerra
todo lo aplasta o destruye,
solo destrucción encierra
y ante nada rehúye.
Se necesitan brazos
para levantar la hacienda
y tomar su buena rienda,
aunque mi brazo es blando
para dicha encomienda
seguiré, pues, pensando.
Porque mis ansias de vivir
y mi afán de construcción
superaba mi impotencia,
pues todo aquel montón
de total demolición
sería nuestra convivencia.
La hacienda se levantaría
y vendría tiempos mejores,
pies todos su moradores
volverían a lucir
su fragancia de colores
para poder presumir.
Volverán los buenos tiempos
de fiestas y de esplendor,
de lujo multicolor,
más conlleva la tiranía
de nuestro amo y señor
que nos muestra cada día.
Y nosotros tan felices,
sus placeres sirviendo
y sus deseos cumpliendo,
pues somos fieles sirvientes
de antaño obedeciendo
sin poner inconvenientes.
Pero somos consecuentes
de nuestra realidad
y la mucha falsedad
que en este mundo existe;
si no te muestras triste,
no encontrarás la verdad.
La vida es un desafío
que debemos afrontar
y tenemos que luchar
para poder existir,
más por mucho pelear
siempre hemos de morir.
Esta maldita contienda,
que yo no he querido,
nos hace tomar partido
y tilda de asesino
al pobre despavorido
que huye por su camino.
Y así se contemplaba
las ruinas de la hacienda
destruida por la contienda:
el odio y la envidia.
Y que nadie pretenda
acusarnos de desidia.
La pondremos en pié
con todo nuestro orgullo,
callaremos el mormullo
de toda la mala gente
que con falsa voz de arrullo
confunden nuestra mente.
Con su tétrica mirada
fija en el azul del cielo,
parecía pedir consuelo
por los males terrenales,
más no ocultaba recelo
de avispados mortales.
Era una mujer honesta
de frágil sentimiento,
quebraba su pensamiento
cuando la falta veía;
ayuda siempre prometía,
daba hasta su aliento.
Ahora era la desvalida
y al cielo clamaba
pidiendo su ayuda,
porque la gente olvidaba
y su mirada ocultaba,
más ella se vio desnuda.
Nadie nos auxilió
ante tanta destrucción,
mostraron su presunción
y su sentir acallaron,
fue fácil la deducción
cuando nos olvidaron.
Nunca nada reprochó
a su pueblo querido
y nada dejó en olvido,
más se sintió dolorida
de todo mal acaecido
y no ocultó su herida.
Aquella vil destrucción
como suya la sentía,
el corazón se le partía
al contemplar su huerta
toda ella yerma, incierta,
más su muerte no entendía.
Allí estaba sus desvelos,
sus cuidados y sus sueños,
y sus buenos empeños
para mantener la hacienda,
el amor hacia sus dueños
aunque no les comprenda.
Todo estaba en ruinas,
hasta su humilde hogar
fueron a profanar;
los recuerdos se quemaron,
nada se pudo salvar,
pero sus muros quedaron.
Por ello al cielo bramó
pidiendo por su esposo:
que fuese generoso,
protegiese a su marido,
pues era hombre medroso
de toda lo acaecido.
Necesitaba sus brazos
para aquello reconstruir
y a sus dueños servir;
ella nunca podría
y mi madre bien sabía
que teníamos que vivir.
De esa guisa volvimos
a vivir en nuestra huerta,
con su estancia abierta,
pues no es ninguna treta
de olvidarse de la puerta,
pues a nadie se le reta.
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