El jefe la había llamado y no sabía para qué. Se sentía nerviosa... ¿Y si la despedía? No era fija y estaba habiendo muchos despidos. Ana se paró ante la puerta y alargó la mano, temblorosa. Se atrevió a abrirla y el jefe estaba sentado en su silla negra detrás de su mesa, como siempre. Ella cerró la puerta a sus espaldas y tragó saliva. Estaba lista para oírselo decir.
-Escucha, Ana, tengo un problema... Sabes que al despedir a Juan Carlos el puesto de director jefe está libre...
Su corazón empezó a latir más deprisa pero disimuló su emoción ante Roberto.
-Había pensado en ti para el puesto- continuó él-pero antes necesito que me hagas un favor.
Se levantó de su silla y Ana pudo ver que llevaba nada de ropa en la parte inferior.
-Tengo esta erección y no sé que hacer con ella...
Ana dudó un instante. Su jefe estaba bastante bueno a pesar de la edad, aunque sin duda eso no se lo esperaba. ¿Ahora iba a convertirse en la puta del jefe? Ella siempre había sido muy madura pero se dejó llevar y aceptencanten. Le sonrió a Roberto y se agachó.
Tenía su pene agarrado con una mano y la boca a centímetros de su escroto, le dedicó una sonrisa pícara a los ojos y alargó su lengua sensualmente hasta hacer crecer aún más el miembro erecto de su jefe. Con la mano lo masturbaba y con la otra jugaba con sus pelotas cargadas de semen.
-Me encanta que seas tan puta y que las pollas te encanten. Quiero metértela y romperte el culo a vergazos, puta lujuriosa- habló Roberto.
Esto excitó más a Ana que enseguida se mojó. Dejó de chupársela en cuanto le vino todo el semen en la boca y lo tragó.
Roberto desnudo a Ana por completo, rápidamente. Luego la puso en cuatro sobre el suelo y le metió un dedo por el ano. Ella gritó y arañó el suelo.
-Quiero ser tu puta. Penétrame ya y hazme gritar de dolor con esa enorme cosa-dijo Ana sin reconocerse.
Él hizo una mueca de aprobación y la pilló por sorpresa. La penetró muy fuerte y hasta el fondo, sin piedad. Ana no se pudo contener y gritó aún más fuerte pero él le tapó la boca. Le dió más penetraciones aumentando la intensidad hasta que los dos se vinieron de nuevo.
-Ahora ya voy a parar pero te voy a pedir algo. Ponte abierta de piernas encima de la mesa, enseñando bien tus tetas y como te masturbas con tus dedos. Quiero verte dándote autoplacer hasta que te vuelvas a correr como una sucia lujuriosa.
Ana hizo lo que le mandó. Se sentó en la mesa y abrió las piernas. Se chupó un dedo y lo metió dentro de sí misma. Comprobó el placer que le daba y se puso a hacer círculos con él. Se mordía el labio mientras movía las caderas al ritmo de su dedo. Luego metió dos, después tres... Ana sonreía y jadeaba. Vió una barra de pagamento grande y gorda sobre la mesa y le recordó a un pene. Se la metió sin pensar y cabalgó sobre el pegamento tantas veces como pudo antes de correrse sobre él. Su jefe contemplando el espectáculo no pudo contenerse y también se corrió, sin masturbarse ni nada. Ninguno de los dos se había corrido tantas veces seguidas y para ellos había sido fantástico.
-El puesto es suyo, señorita González-le dijo oliendo el pegamento-. Puede irse.
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