Hace algunas noches atrás –de esto hace ya un mes- el sereno de la fábrica escuchó ciertos golpes extraños. Y lo excepcional reside en que provenían de un sitio no frecuentado por nadie. Es un cuarto hoy por hoy abandonado.
Bien podría alguien pensar: son sólo ratas. Pero tal cosa es imposible, ya que la fábrica produce insecticidas y otros venenos letales para roedores. Los cuales son también distribuidos dentro de la misma fábrica, a fin de testear nuestro propio producto y demostrar su efectividad.
Escuchar estos ruidos una vez, puede no llamar la atención, pero si tales acontecimientos se vuelven frecuentes y en horarios de la noche, cuando todo parece en absoluta calma, eso cambia.
El sereno es un hombre mayor con actitud de compromiso y entrega a su deber, con la sencillez del hombre rústico a quién se le dice: “haz tal cosa y nada más” y eso hace, así lo cumple. Pero todo hombre tiene en el seno íntimo de su ser, el espacio que alberga la curiosidad innata, que lo ha llevado a conocer otros mundos, que normalmente, no habita. Así también, nuestro sereno que, inquieto por tanta anormalidad dio aviso al jefe de personal.
Después de dos veces de escuchar al preocupado sereno, el jefe entendió conveniente mandar revisar la zona durante el día. Para lo cual transcurrieron tres o más días, luego del último aviso. En total, cuarenta y nueve días, después del primer aviso. El sereno estaba ya, a esa altura de las circunstancias, pronto para pedir licencia por enfermedad, pase para el psiquiátrico, o bien para alejarse de su rutina y comprobar que no estaba loco todavía.
El sitio en cuestión es la planta baja de una torre abandonada, adyacente a un enorme galpón usado como depósito. Pocas veces, ese depósito es utilizado en realidad, y mucho menos aún, la torre. Antiguamente se usaba como un campanario rudimentario de la fábrica. Un lugar con tantos operarios, como tenía antes, necesitaba esto para avisar sobre los horarios, incluso a muchos de los empleados que vivían en las casas de la zona cercana.
Fueron tres operarios a revisar el sitio. Llevaron mate y termo, unos cigarrillos y miraron por doquier, todo el lugar examinaron por espacio de unos cinco minutos. Los otros veinticinco minutos de la media hora que tardaron en salir del lugar lo utilizaron para entretenerse contando cuentos, burlarse del sereno y fumar, tomar mate y reír.
Al llegar la hora de entrada del sereno, el capataz le aseguró que varios empleados revisaron el lugar y nada encontraron, sino sólo el lugar vacío, con el olor de insecticida y una quietud pocas veces vista. Por lo tanto le solicitó que tan pronto escuchara o viera algo nuevamente, le pusiera al tanto sin pérdida de tiempo.
Aquellas palabras le infundieron ánimo y al mismo tiempo cierta duda. ¿El capataz le creía o simplemente estaba burlándose de él y buscaría una excusa para quitarle el puesto y transferirlo a otra sección?
Pasaron un par de semanas y el sereno volvió a escuchar los ruidos. Pero no avisó nada al capataz. Temió perder el puesto de trabajo.
Días después, durante la noche, vino un grupo de militares. Bajaron unos diez de un camión verde, muy característico. De un jeep, descendieron otros dos más, suboficiales y oficiales, quizás. Los del camión rodearon la torre. Los otros dos se dirigieron a nuestro sereno.
−Buenas noches, señor... -Dijo el primero en acercarse.
−Buenas noches -Contestó nuestro atónito sereno.
−Venimos a revisar el lugar. Cosas extrañas se transmiten desde esta zona. Estamos creídos que proviene de esta torre.
−Bueno, bueno... tendría que avisar al capataz.
− ¡Hágalo! -fue la única palabra que emitió el militar al tiempo que se encaminó a la torre.
Pronto volvió el sereno, acompañado por el capataz y dos peones más -los que salieron, vaya uno a saber de dónde. De la torre emergieron dos uniformados con algo, debajo de unas mantas verdes oscuras. Increíblemente, estos cayeron al suelo, al tiempo que lo que cubrían con las frazadas, se elevó destellando y emitiendo extraños ruidos. Perplejos quedaron todos, y el sereno también. Finalmente, éste gritó: “lo sabía, lo sabía, había algo extraño...”
Pedro Buda 98
Publicado en http://pebuwar2.blogspot.com/2010/02/cuento-extranos-ruidos.html
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