Le conocí en el trabajo, hace casi una década. Uno de tantos jefes. Casado con hijos, igual que yo. Nuestro trabajo era diferente y no coincidíamos demasiado, pero a hurtadillas le catalogué como uno de los hombres más atractivos de la empresa. Moreno, alto, buen físico, ojos brillantes, pelo ondulado y mucha personalidad. Coincidíamos únicamente en los cafés de grupo, donde ofrecía en general una apariencia divertida, agradable, haciéndonos participe de sus anécdotas personales y profesionales. Me gustaba.
Fuera de ese marco, entre nosotros existía una mera relación jefe-empleado, con exquisita educación y respeto.
Hace un año me divorcié, y solicité un cambio laboral, por lo que acabé trabajando en las oficinas que él dirigía.
En mi nueva andadura laboral, se mantenía la misma relación jefe-empleado de años atrás, hasta que hubo un reajuste de personal y pase a trabajar directamente para él.
El trabajo empezó a resultar tedioso, debido a la llegada de un nuevo directivo. Los componentes de la oficina nos fuimos separando y él y yo nos posicionamos en contra de los métodos de ese directivo, mientras el resto gozaba del beneplácito del superior.
Esta situación nos hizo trabajar codo a codo, me enseñó, quería formarme, contar conmigo, valorando cada paso que daba y mientras empezamos a confesar nuestros pesares laborales, creándose lazos de complicidad en los que nos buscábamos a veces con desesperación, donde ahogábamos nuestros disgustos laborales, pero también para compartir buenos y pequeños trazos de nuestra vida personal. Empezamos a necesitar estar él uno al lado del otro.
Finalmente ese directivo se marchó, dejando algo bueno para nosotros; ese vínculo, que yo me empecinaba en encasillar en una mera relación de amigos, ya que él se debía a su matrimonio.
Al principio nos espiábamos por las redes sociales y él poco a poco empezó a dejarme “señales”, trozos de letras de canciones de amor, frases, miradas furtivas en el café, planes para hacer cuando se quedara sin la familia en época estival y poco a poco me di cuenta de que yo era algo más para él.
Ante esto intenté huir de la situación, por respeto a su familia, a sus hijos, pero también por mi, ya que vivimos en un pequeño pueblo donde todo el mundo se conoce y sería un escándalo que la gente nos haría pagar muy caro si cruzábamos la línea.
Pero era imparable, estábamos como niños y mantuvimos el juego de mensajes virtuales, miradas, confidencias, escapadas y planes, donde un paseo era un sueño, una cena un mundo y pensar en un beso una locura.
Nos poníamos barreras… “solo amigos”… pero ambos sabíamos que cuando nos quedáramos solos pisaríamos juntos cualquier límite ya que nos deseábamos, ansiábamos el primer beso, el tacto de nuestras manos… amarnos.
Empezó a llamarme a escondidas de su familia, pero cuando llegaba la noche y veía el otro lado de mi cama vacío, con la convicción de que así se mantendría y que él no lo ocuparía nunca, la situación empezó a hacerme daño y no podía permitir que mis hijos pagaran mi tristeza, por una relación preciosa, pero imposible… tomé una decisión.
Le llamé y él ilusionado me dijo que llevaba toda la mañana pensando en mi. Le dije que eso no le convenía, que no me idealizara y me contestó que él seguiría pensando en mi hasta que yo le dijera BASTA!!, solo en ese momento se alejaría.
No lo pensé, dije BASTA!!, en ese instante. Entonces enmudeció y me dijo que se retiraba a llorar.
Ahora está lejos de mi, aunque le diga buenos días, trabaje para él, tome café a su lado, o tengamos que viajar juntos y solos en el coche de la empresa.
Pienso en él, en como seguirá durmiendo junto su mujer de la que me consta que ya no está enamorado, pero que le aporta cariño, comodidad, aceptación social y la cercanía de sus hijos.
Mientras paso mis noches besando su foto, dejando correr mis lágrimas, soltando palabras de desamor, de desconsuelo, abrazada a mi almohada, hasta que caigo dormida y sueño que está a mi lado.
Yo para él fui un mal sueño que debe seguir su camino. Aunque ahora no quiera, aunque me cueste y me duela sé que hicimos lo correcto. Socialmente fuimos responsables para con los demás, aunque renunciamos a coger un tren con paradas en las estaciones de LA ILUSIÓN, EL AMOR y LA FELICIDAD… nuestros asientos están vacíos.
Y para terminar aunque desilusionada, me siento agradecida, ya que de su mano he sentido el romanticismo en una relación totalmente epistolar, aunque no por ello menos intensa y llena de pasión.
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