Nació esta flor hace ya más de siete décadas y Petra por nombre le pusieron.
Creció en la época en que no se permitía exhibir toda la belleza, sin embargo, ella logró salirse del ramo y fue tres veces fecundada; y, sin vivir más que para cuidar su jardín empleó todas sus fuerzas.
Sin contar las primaveras aquellos retoños se echaron fuera y, sin poderlo evitar, se deshacía el hogar.
El apoyo principal un día no amaneció, ella se mira y no se ve. Sólo piensa que ya no tiene a quien regar y de tristeza se enferma y, al no aceptar su soledad, definitivamente, se quiere marchar.
El exuberante colorido se reúne y desde el florero hablan de sus intereses y de sus quehaceres. Comentan que ya no hay, para la que fue, cabida en aquel vergel y deciden aislarla en una maceta.
En la playa junto a las rocas lloronas contemplo el mar y le pregunto si él tiene, también, alguna pena.
Las olas, sin mensajes, se acercan a la orilla y yo sigo ahí pensando cómo se ayuda a una flor que quiere adelantarse al tiempo.
Que amó como supo y hoy no se siente querida,
Que tiene miedo, que en su vejez, se siente rechazada;
Que está bajo el influjo de las incidencias del tiempo,
Que aun teniendo vida, está muerta.
Que respira, sí, pero expirar es lo que ella quiere; y en la espera evoca al cielo, y en su pena se va sin saber, qué viento, le agradó más.
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