Pensé que era un amigo...

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Un 17 de abril, tu regalo me contestaba. El entusiasmo duró lo que termina en morir el fulgor de una estrella, pero en la sucesión de los días, el juego de las palabras hizo que, en el cielo, se vieran otros brillos.

No siento vergüenza, por haber soñado. Ni tampoco por acostumbrarme a recibir los buenos días, o que al llegar la noche me desearan el mejor descanso. Aquellas palabras escritas rompían el silencio de la casa y llegaban dulces como las ternuras de un niño.

Llevaba dos días extraños. Desde el mediodía, hasta mañana…, se despedía.

Hoy me siento como la hoja de un libro, enredada en el remolino de las hojas secas y caídas de cualquier parque.

Pienso que los amigos, para saludarse, no se ponen excusas ni fechas. Al principio me ofreció, abierta, la puerta de su casa. Ahora, ésta con su ida denota que ni mi delgadez cabía en tamaña estrechez.

Se va, para el recuerdo, en un día señalado. Hoy se celebra Santa Rita.

Me quedo más vacía que antes, pero agradecida de su tiempo. Porque todo hay que pagarlo y, a mí, me enseñaron a no olvidar y responder por mis deudas.

Siempre queda la esperanza de llegar a ser, yo misma, mi única compañía. Esa que le hace la lucha al tiempo, que logra contentarse con lo que queda de su persona, y que, en la quimera, logre suspirar por otros latidos.

 

 

 

 

 


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