El dolor de enamorarse a destiempo

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Apenas son las seis de la mañana de este jueves 20 de noviembre de 2014. En el aterciopelado cielo, no cabe un brillo más. El parque amanece sin presencias y con sus farolas encendidas y puestas. Los bancos de piedra exhiben su desnudez y erguidas muestran su altivez las palmeras. Sus hojas apenas se contonean, la brisa corta el rostro y los mirlos todavía, no se despiertan.

     Vuelvo a despertar contigo. Mi alma, por el dolor, se lamenta. Los ojos no quieren llorar, pero se desata el torrente. Los pensamientos razonan y te rechazan porque en otros caminos se han de parar; pero el corazón que ya estaba herido, no acepta que la limpieza de este sentimiento se tenga que enterrar y, la sangre que es el río de la vida, vuelve a brotar.

     ¡Mi mus de chocolate! ¿Cómo no voy a confiar en ti? Sólo pretendía acompañarte para disfrutar un rato tu presencia, quería embriagarme con el aroma de tu esencia, respirarte y hacer que dijeras como tú sólo sabes  (¡joder!...) y brotara  la risa. Me encanta verte despejado y alegre. Eso me endulza y empiezo a creer aunque solo sea un instante que estás a gusto con mis cosas, que te agradan mis formas y que también ansías mi presencia.

     Te juro que lo intento, pero no consigo mirarte sólo como a la persona (para las ayudas y favores sí). Ya sé que me repito, más no logro matar a la mujer que tu resucitaste. Ayer me dolió el rechazo y por eso se acentuó mi tristeza. También sabes que no te culpo. No olvido que peino canas, que no estoy a tu altura y todo lo demás… pero dime ¿cómo hago para no inventarte? ¿Cómo le quito alas al pensamiento? Te instalaste tan dentro que te llevo grabado en mis entrañas y de ese lugar, es imposible desterrarte.

     No me avergüenzo de este sentimiento, de esta ilusión que me he hizo creer en la parte bonita de la vida, pero qué caro lo estoy pagando. Solo le pido a Dios que no alargue mi tormento, que llegue un mejor tiempo y que te conceda un trabajo digno para que al menos uno de los dos, sea del todo feliz.

     Gracias, porque a pesar de tanto dolor he tocado, contigo, la piel del cielo y eso ¡mi mus!, se queda para siempre conmigo.


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