COMPARTIR: 4-Confesiones

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Volvimos a Segovia. Aparcamos, tomamos un aperitivo y nos fuimos a Don Bernardino para comer judiones de La Granja y cochinillo asado, regado con buen Ribera del Duero. 

 

La comida resultó muy amena y entretenida entre bromas y algunas confesiones. Marcos y Ana nos dijeron que llevaban ya un tiempo pensando en como llegar a esta situación Que, amistad aparte, sentían una gran atracción sexual por nosotros y que el morbo había ido aumentando poco a poco hasta el punto de llegar a fantasear en sus encuentros sexuales. Nos contaron como Ana, cuando una compañera le explicó, sin saber que era su marido, lo que le gustaba Marcos y los "juegos" que haría con él, se sintió sumamente excitada y cómo pensar en ello cuando hacían el amor, le subía el tono sexual. Marcos por su parte, vio en una fiesta como uno de los invitados intentaba ligar con Ana. Ella, sin ir muy lejos, se dejaba seducir pero, poco a poco, el desconocido fue ganándole terreno y no sólo aceptó las caricias si no que, en buena medida, las contestó.

 

A Marcos, ver a su mujer deseada por otro hombre y saberla excitada por ese deseo, lejos de enfadarle, le hizo excitarse a su vez y alcanzar una gran erección imaginando el gozo de Ana al sentir aquellas caricias sobre su piel desnuda.

 

Lo comentaron después de la fiesta y aunque su vida sexual era buena, hicieron el amor con una intensidad mayor de lo habitual, alcanzando una satisfacción más intensa. Decidieron que en la próxima ocasión se dejarían llevar y así lo hicieron. No. No eran habituales del cambio de pareja. Tampoco era sexo por sexo. Necesitaban algo más. Amistad, camaradería, complicidad..., algo que con nosotros se daba completamente, y respeto. Mucho respeto. Era, por supuesto, lo que también ofrecían.

 

Yo confesé que, en alguna ocasión, había pensado como sería Ana. El sexo con ella. A cambio, también había pensado como sería ver a Julia con Marcos y, si bien no me atrevía a admitirlo abiertamente, si sabia que mi reacción iba a depender de mi excitación. Los resultados ya los estaban conociendo aunque, honradamente y dado el poco tiempo pasado, no sabía como podía gestionar todo esto, sobre todo por ser amigos.

 

Julia fue menos cerebral. Dijo estar encantada con la situación y que a ella era precisamente el hecho de ser amigos lo que más la animaba. Simplemente, la vida nos había puesto el momento y ella lo viviría como venía. Más adelante... ahora se sentía feliz. En su interior lo veía como una forma de disfrutar al unísono del sexo y la amistad al cien por cien y no sentía que hacerlo, tuviese que mermar su relación conmigo, su amor ni su deseo por mi.

 

En ese momento Marcos, mirándola a los ojos, le preguntó directamente:

 

-¿Tendrias sexo entre nosotros sin estar Santi delante?

 

La respuesta fue contundente:

 

-Si.

 

Marcos me miró preguntándome con un gesto. Sentía los ojos de Ana sobre mi y dudé un momento ante la contundencia de Julia.

 

-Si. Es aceptable -contesté- Por mi y por ella. ¿Y vosotros? -pregunté a mi vez.

 

-En este caso, si. -contestó Ana- Sería también la primera vez. Hemos tenido ocasiones pero no hemos aceptado. No se. Falta de confianza, de complicidad... ya os hemos dicho que no es sexo por sexo... Pero... Estamos aquí los cuatro y aún queda fin de semana.

 

Serví vino y levanté mi copa.

 

-Pues...¡por nosotros!

 

Bebimos. Atraje a Julia hacia mi y nos besamos apasionadamente.

 

Seguimos comiendo entre risas y bromas hasta que sonó el móvil de Marcos.

 

-¡Perdón! He de contestar -dijo saliendo.

 

Mientras hablaba, nos trajeron los postres y Ana nos narraba qué se le ocurría hacer con aquella nata. Tenía mucha imaginación y poco pudor para contar un uso tan excitante y sensual. Tanto que me hizo llevar mi mano a la entrepierna de Julia para encontrar sus bragas mojadas y arrancarle un leve gemido. Entre una cosa y otra, ya tenía yo una importante erección que se acrecentó cuando Ana, excitada con su propio relato, llevó una mano a mi bragueta... y en eso, entró Marcos.

 

-Lo siento -dijo- he de volver a Madrid. Han saltado los equipos informáticos de la empresa. Los están mirando pero he de reprogramar todos los códigos de seguridad antes del lunes. No puedo eludirlo de ninguna manera.

 

La magia se rompió en un segundo. Todos nos quedamos callados y pensativos. Ana abrazó y beso a su marido, acoplando su cuerpo al de él con toda la sensualidad que podía desplegar.

 

-¿Podemos terminar de comer? -le preguntó con un mohín.

 

-Por supuesto. El asunto es grave pero no vital -respondió él- ¡Joer! -añadio- se me ocurre que hay mejores copas para estos postres...

 

-Dejalo Marcos -dijo Julia- Tu mujer ya abrió el concurso de ideas y... si. Dejalo estar.

 

Los tres miramos a Ana que se iba sonrojando por segundos y poniendo ojitos.

 

Estallamos en una carcajada.

 

Al final, Marcos decidió que nos quedabamos y él se iba en autobús. Su trabajo no debía estropear el fin de semana a los cuatro.

 

Tomamos café bajo el acueducto, dimos un paseo por las tranquilas calles y le acompañamos a la terminal. Le abrazamos, las chicas le besaron, Ana le dio mimitos; todos, buenos consejos y cuando el autobús se fue, recogimos el coche y volvimos a la cabaña. 


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