COMPARTIR: 5-Noche a tres

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Pero Ana estaba triste. La marcha de Marcos la había dejado apática .Se subió atrás en el coche y apenas se movió. Ya en la cabaña, intentamos animarla pero, si bien respondía a nuestros besos y caricias, no ponía el alma en ello. No sabíamos qué hacer. Todo, o casi todo lo vivido durante el día, nos tenia a Julia y a mi con el deseo a flor de piel. Sin embargo, no le dábamos salida por no desmerecer a Ana que, sentada frente al fuego, permanecía un poco ajena a nuestra presencia. Hasta que le sonó el móvil.

-¡Hola cariño! ¿Ya llegaste? Si. Nosotros también.

Cogió una manta y salió de la casa sonriendo.

Supuse que iba a tardar así que me acerqué a Julia por detrás del sofá y le besé la nuca introduciendo una mano por el escote. Mis dedos tropezaron con un pezón ya erizado que pellizqué suavemente. Gimió. Ella también introdujo una mano en el escote para pellizcar el otro pezón a la vez que su otra mano, acariciaba su sexo que yo sabía mojado.

Seguí acariciándole el pecho, besando su nuca, su cuello, mordisqueándole las orejas y revolviéndole el pelo con mi mano libre. Respiraba entrecortadamente, gimiendo. Retiró de su vulva los dedos empapados y los ofreció a mi boca. Los acepté y gocé su sabor en el momento en que se abrió la puerta y entró Ana. Una Ana sonriente y arrebolada. ¿Habia estado masturbándose mientras hablaba con Marcos? Si. Lo había hecho.

-¡Vaya, vaya! Veo que estáis animaditos -dijo acercándose mientras dejaba caer al suelo la manta y las bragas.

Me acarició la cara con una mano que olía a sexo, pasando por mis labios unos dedos aún húmedos, que dejaron en ellos su sabor, mezclándolo con el de Julia y aplastando mi pene contra la cremallera del pantalón. Se agachó entre las piernas abiertas de Julia para besar apasionadamente aquella gruta encharcada. Estiró hacia abajo de las bragas y hacia arriba de ella, haciéndola levantar para besar su boca con la misma pasión. Deslizó los tirantes del vestido y este cayó suavemente al suelo dejándola desnuda entre sus brazos.

Me acerqué pero Ana, con un suave y firme empujón, me sentó en el sofá. Tenía ante mi dos preciosas mujeres desnudas que me ofrecían un espectáculo de besos, caricias, roces, gemidos... sin permitir que me unese a ellas. Desnudé mi vástago que amenazaba con reventar la tela de su prisión. Ambas lo miraron. Por un momento creí que era mi turno pero no. Siguieron con sus besos, con sus caricias. La lengua de una ahora, la de la otra luego, recorrían las pieles. Poco a poco, iban siendo más atrevidas. Lamían, mordían y succionaban los pezones. Los dedos buscaban los clítoris, acariciaban los labios y se introducían en aquellas cuevas entre estertores y gemidos. Cuando se tumbaron en la alfombra, hice un nuevo intento de unirme a ellas pero esta vez fue el pie de Julia lo que me lo impidió aunque se entretuvo un rato con mis atributos. Me dolía el pene y los testículos. Ver a las chicas acariciándose, lamiéndose, explorándose, gozando y dándose placer, me llevaba a una excitación como nunca había sentido pero me negaba a masturbarme a la espera de mayores gozos. Me senté yo también, ya desnudo, sobre la alfombra con la espalda apoyada en el sofa. 

Ahora Ana estaba tumbada boca abajo y Julia se deslizaba por encima de ella lamiendo su espalda, sus nalgas y, al final, su sexo por detrás. En aquella posición, mi propio sexo estaba a pocos centímetros de la boca de Ana que, gimiendo, avanzó hacia él tomándolo en su boca. Gemí y me retorcí de placer pero, en un esfuerzo, me contuve. También porque Ana, en un estado máximo de excitación, no podía concentrarse en él. Su garganta lanzo un gemido ahogado, tensó cada músculo del cuerpo y con un espasmo, estalló en la boca de Julia. Esta, reptó por su cuerpo hasta llegar a mi y apoderarse de mi boca en un beso cargado de lujuria y del sabor más intimo de nuestra amiga. Tener en mi boca su sabor y en la suya mi pene, me produjo un deseo y una excitación que me hicieron temblar. Bajé la mano al sexo de mi mujer. Lo acaricié e introduje dos dedos en él. Mordió mis labios, clavó las uñas en mi espalda y estalló en un orgasmo que empapó toda mi mano. Tras un brevísimo descanso, bajó de nuevo hasta encontrarse cara a cara con Ana. Ambas lamiendo, acariciando y mordisqueándome a mí y, a la vez, también entre ellas. Sentí como una corriente de placer ascendía por mis piernas y engrosaba mi pene al punto de derramar sus jugos pero Ana también lo notó y con gran habilidad, pellizcó la base del mismo evitándolo. Gemí, deje de respirar y me aferre a los muslos de Julia que era lo más cercano que tenía. Ignoro como lo interpretó pero, pasando una pierna por encima mío, puso su sexo al alcance de mi boca a la vez que Ana, sentándose sobre mi, se introducía el pene en la vagina. Sentí como se deslizaba por aquella cálida abertura rozando las paredes suaves y lubricadas. La sensación llegó a lo más profundo de mi cerebro pero la vulva de Julia, apretándose contra mis labios, dividió mi concentración y mi sentir. Besé, lamí, mordí, y gocé del sabor acre y caliente de mi mujer mientras notaba mi pene ahogándose literalmente en los jugos de nuestra amiga. No iba a aguantar mucho más. Lo sabía. También lo sabían ellas. Ana aumentó el ritmo a la vez que, con un dedo, acariciaba el clítoris de Julia entre mis labios. Aflojé la tensión de mi cuerpo mientras mis jugos ascendían por el pene y se derramaban dentro de Ana. Se levantó rápidamente, presionando la base para que no perdiera erección y Julia ocupó su lugar. No le faltaba mucho y mientras Ana sorbía su sabor en mi boca, inició un vaivén frenético que estrangulaba mi pene en cada movimiento. Notaba los labios vaginales de mi mujer subiendo y bajando a lo largo del pene en una presión casi dolorosa que nublaba mis sentidos. Introduje dos dedos en Ana aplicando el mismo ritmo que recibía. Los tres unidos, los tres rendidos, respirábamos  en el mismo palmo. Nos buscábamos los ojos pero no veíamos. Los músculos agarrotados. Las bocas abiertas exigiendo un aire que escapó de nuestros pulmones en un grito seco, profundo, único, mientras, al unísono alcanzamos un orgasmo demoledor.

Quedamos desmadejados, jadeantes, rotos, revueltos brazos y piernas... Aún así, los ojos chispeaban. La noche fue larga y solo a las primeras luces del alba cedimos nuestra lujuria entregándonos a un sueño reparador.

 


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