Ya nada se parece.
Los chemtrail tienen, deteriorado, el cielo; fumigadas las cosechas y, en el giro de la vida, cada vez hay menos pureza.
En las cumbres tampoco hay nitidez y, el oxígeno, muere contaminado.
Nos meten tóxicos disfrazados. Mientras nuestros cuerpos enferman, las industrias farmacéuticas, en vergeles, florecen.
Crecemos engañados. Vivimos para trabajar y en la lucha por la competitividad, perdemos la esencia de ser personas. Con estas enseñanzas, sin armas, nos matamos.
Hace muchos años que dejé de ver la tele. Tuve miedo de perder la sensibilidad y opté por salirme de ese entorno. También es cierto que vivo desinformada. Pero, para mí, peor es sentir la impotencia de sentirse atada en una guerra de poderes que nos gobiernan pensando que somos marionetas.
En fin, son temas hirientes y delicados.
Siempre vengo a mí y, en la reflexión digo que no hay que ir tan lejos para escandalizarnos con las guerras. Que en las casas, se libran muchas batallas y, de ellas, ni se ponen remedio, ni se hablan.
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