Querencia de cercanía.

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Llego descalza y, desnuda de malos sentimientos, a tocar una vez más la puerta de tu alma.

He comprado, en forma de corazón, un trocito de terreno. Por su aridez, lo he llamado “el edén de los hermanos desunidos”. Y, con la esperanza puesta en que un día, el amor, haga el milagro de volver a encadenarnos, lo he empezado a abonar.

    Dispongo de la mejor tierra y, el agua tiene, la pureza de las cumbres.

    La primera semilla que he plantado, se llama perdón, la segunda ilusión y la tercera paciencia.

    Todo necesita un tiempo. Estoy en la mejor de las voluntades para mejorar, para enmendar errores y cosechar lo que de ustedes necesito. Pero, sola no puedo. Apelo a la época de la tía y los abuelos. Al cuarto más grande de la casa donde un día, el que ya nos privó de su presencia, sacaba a un bebé de la cuna para que las llamas no lo dañaran.

    Volvamos a ser aquellos niños y empecemos a descubrirnos a pesar del difícil crecimiento. Algo del pasado tiene que sensibilizarnos y volver a creer que aunque falten los pilares y dos bellezas de hermanos, todavía podemos contentar a mamá y hacer lo que ella nos decía: “Los hermanos no se pelean”.

    Anoche, he soñado con ella. No sé qué vestido traía, sí que se la veía dispuesta y contenta. Hermosa como en sus mejores tiempos.

    Llegó y me dijo: voy al barco a buscar a David. Yo le contesté: pues voy contigo y aquí, me desperté.

   Oswaldo, aunque tus afectos no terminan de llegarme, vuelvo a insistir. Ten la bondad (como decía papá) de pasarle este escrito, esta petición a los demás hermanos.

    No me gustaría tener que pasar por otra muerte, sin que hubiera reconciliación. Quiero decirles, aunque hagan oídos sordos que, en mi cariño, hay arrepentimiento y sinceridad.

    ¡¡¡Los esperaré siempre!!!

                                                 Mari.

 

Al cabo de un desesperado tiempo, llegó una triste respuesta.

Cada uno formó su familia y, en ellas, no cabes.

Así, con respeto y sin rencores, lo he asumido. Soy de los nueve, la segunda y fui, sin parirlos, madre de los cinco últimos.

Mi lección es que, querer, no se puede obligar a nadie. Que los egos, empañan los sentimientos y, que hoy, era el tiempo. Mañana, no sé si amanezco.

De todas maneras vivo sin el alma emponzoñada. Y sabiendo que, las heridas en el valladar del tiempo, irán cicatrizando.

                                                                                                                     

 

 

 

 

 


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