Amanece encapotado y el cielo, por la tristeza, ha terminado llorando.
El sol nos está ofreciendo sus primeros rayos. La luz artificial termina su protagonismo y ha dejado de funcionar; aunque el día no promete, he de volver a la cotidianidad.
Sumergida en la desesperanza, pues la ilusión se quedó en quimera, escucho lamentos y realidades de la dureza de la vida en la voz de Ana Gabriel. Y es que al fin, nuestro tiempo se compone de melodías, de letras de canciones que nos recuerdan a cada quién su circunstancia.
Me siento azotada como lo hace el viento cuando no domina su fuerza y se ensaña en la palmera
Lucho por no marchitarme, pero el ambiente no me ayuda y, sin ilusión se va asfixiando el alma; después inventamos por el hastío, cualquier enfermedad y el abandono se nos lleva al final
Cuesta vivir sin abrigo pues no existe lana que venza al frío, solo el abrazo del humano puede saciar tamaña necesidad.
Pero, ¡Dios! ¿Por qué todo tiene precio?
El desamparo me lleva, el salado de mis lágrimas se acomoda en la cobardía y, mis extremidades, se niegan a nadar.
Hago esfuerzos, pero el peso de la cruz me tiene astillada la espalda. Me visto de fiesta, pero el carnaval siguió de largo y toca asumir la realidad.
Le pido a la vida que me ofrezca un pañuelo y, que sea de tela, para volver a creer que en algún resquicio de vida, queda humanidad.
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