Llevaba andando sin rumbo fijo demasiado tiempo para caer en la cuenta incluso de que esos eran justo los pasos con los que abandonaba las afueras de la ciudad con la mirada perdida y meditando. Le invadían preguntas sólo dirigidas a su persona que en el pasado no dieron la cara, o eso pensaba ahora, de cómo había evolucionado esta ausencia repentina de emociones. La falta absoluta de calor abrasador en un desierto, hubiera podido contarse a sí mismo con esa imagen el centro de sus emociones. Aumentaba así esa rotunda ausencia justamente de intensidad. Embargando el reflejo más mínimo de la persona que hace meses hubiese reaccionado dando la voz de alerta sin ningún género de dudas. Sin previo aviso, el cielo rompiendo su aparente monotonía comenzaba a liberar una cortina de gotas de lluvia, complicidad fallida, que en aquellos instantes eran la única compañía que podía tener.
De todos modos, él en su apartado retiro voluntario, en la misma matriz de sus nuevos pensamientos no concedía mayor realidad a ese fenómeno que a la amalgama de ideas sin salida que desde que piso la calle, junto a la catedral, desandaba por momentos. No fue capaz de reconducir o al menos dar un orden que le facilitase traer a su mente un hipotético hilo conductor. Atrapar un patrón que explicase por qué ahora el color azul y el gris eran la misma cosa en su interior. Resonancias percibidas del exterior que se asemejaban tanto que ya no sentía nada ante la realidad y sus matices. Ahora no había impacto, la emoción se hacía esperar hasta tener una certeza que desequilibraba un último resquicio de juicio, la de que no habría reacción por su parte.
Era el momento de bucear en su pasado, recordaba la corriente de los sucesos y los días. En esa corriente nadaba junto a las personas. Bajo el agua sus pies no recreaban el impulso y el movimiento que hubiesen sido los lógicos y necesarios para participar con los demás de ese rito comunitario que son los afectos y las respuestas cercanas. Y esto último dibujaba la silueta de algo monstruoso justo por el matiz; nunca fueron cálidas orillas la arena en las que dejo sus pisadas, sino gélidos acantilados atrapados en su totalidad por la espesa niebla de las ausencias, que nunca supo reconocer… la emoción.
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