LOS ANALES DE MULEY (1ªPARTE)(19)
Por YUSUF AL-AZIZ
Enviado el 06/07/2015, clasificado en Varios / otros
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XX
Aquel día de Julio
las tierras del sur lloraron,
y gélidas comprobaron
el valor de una vida;
fue el punto de partida
cuando el estrecho pasaron.
Fue inicio de combates,
y comenzaron las muertes,
las reyertas eran fuertes,
la resistencia tenaz,
pero quedaban inertes
con desencajada faz.
Málaga dio la talla,
fue digna punta de lanza
y avivó la esperanza
de la lucha libertaria,
fue floreciente chanza
de la clase proletaria.
Paró el avance faccioso
peleando con honor,
combatió con temor
y sus puertas bien cerró;
detuvo al conquistador
y el frente estacionó.
Fueron días de gloria,
de júbilo, de efusión,
fueron días de exaltación
para un pueblo soñador,
más se estaba en tensión
vigilante y con visor.
Aquello trajo su efecto:
se ondeó la bandera
de signo republicano,
por el sur, por su costera;
libró a su carretera
del sublevado mundano.
Por todo el litoral
una franja libre corría,
desde Málaga al levante
la libertad se imponía;
solo Granada se erguía
sucia y arrogante.
Y la escuadra negra
sembró la urbe de temor,
lució su gran deshonor
matando gente inocente;
sin piedad, con rencor,
mató a numerosa gente.
Pero en el otro bando
los mismos pasos siguieron,
mataron o detuvieron
a personas por doquier;
a su altura se pusieron
en sangre y en poder.
Pues el bando dominante
su poder siempre ejercía
y el terror imponía;
era un caso de órdenes
donde la ley moría
y nacía los desórdenes.
Las dos Españas mostraron
su claro antagonismo,
impusieron su egoísmo
a un pueblo desolado
y su obligado mutismo
fue el gran ahorcado.
Masacraron al pueblo
con un poder convulsivo
tiñendo de rojo vivo
su rica y fértil tierra;
fue un vulgo cautivo
de una impuesta guerra.
Fueron días de euforia,
pues al Facio se detuvo,
listo y presto se anduvo
para lograr la victoria;
aquel pueblo estuvo
acariciando la gloria.
Un día todo fue llanto.
Se perdió aquella alegría
porque Málaga se perdía,
cayó en manos fascistas
y su poder prevalecía
bajo signos franquistas.
La ciudad fue ganada.
Mucha sangre se vertió
y muchos llantos costó;
se esfumó la esperanza
de un pueblo que luchó
por una buena bonanza.
Se perdió la ciudad
y se abrió la puerta
de un camino en olvido,
quedó desolada, muerta,
con esperanza incierta,
todo se había perdido.
Entraron los nacionales
en ciudad rendida
y toda ella destruida,
pero llena de gloria;
con honor fue defendida
quedando para la historia.
El dolor saltó a la calle,
la represión empezó,
el odio no se ocultó
y gente inocente moría;
al pueblo se fusiló
con saña y alevosía.
El miedo y el horror
se apoderó de la gente,
se odiaba a la fuente
como agua envenenada
y quedaba pendiente
aquella suerte quebrada.
A los vencidos mataban,
llegó la desolación,
se olvidaron del perdón
y la ciudad dormitaba,
por las calles, en un rincón,
a gente se fusilaba.
XXl
Quién pudo se marchó,
pero no fue fácil la huida
y memos aún la partida;
era un camino largo,
sinuoso y amargo
que se burló de la vida.
La gente con sus enseres
se echó a la carretera
ondeando la bandera
del odio y del pavor;
su anhelada quimera
se convirtió en horror.
Aquel corredor del sur
era la liberación
de no admitir rendición
y su carretera era guía
de quien buscaba una vía
y lograr la salvación.
Con el avance rebelde
la población huyó
por el único camino
que la suerte les brindó,
la senda recorrió
buscando algún destino.
Aquel destino era incierto.
La carretera conducía
hacia la libertad,
pero gran precio exigía:
la muerte aparecía
quebrando la voluntad.
El éxodo incontrolado,
el empuje nacional
o el deseo comunal,
llevó a la población
a un miedo infernal
de difícil solución.
A esa masiva huida
“desbanda” se llamó,
“de la muerte” al sendero
que penoso recorrió;
glorioso fue el caminero
que antaño lo construyó.
Aquella vía llamada
“carretera de la muerte”,
a su nombre hizo honor;
la gente quedaba inerte
y se truncaba la suerte
huyendo del vencedor.
El medio de transporte
que usaba aquella gente
era muy vario pinto,
ingenioso y sorprendente;
lo tengo todo presente
envuelto en sutil precinto.
Porque salía de la huerta
para ver la “desbanda”,
más nadie me podrá
engañar sobre aquel hecho
y siempre estará
titilando en mí pecho.
Yo iba a la carretera
a ver la gente pasar
y su camino avivar;
según viera el momento
brindarme para ayudar
a cualquier requerimiento.
Me angustiaba ver
a la gente caminando
con sus enceres portando,
con sus tétricos semblantes
y cabizbajos llorando,
eran locos caminantes.
Buscaban una esperanza
que atrás habían dejado,
por ella habían luchado
en bellos campos de trigo;
todo quedó arrasado,
cuitas llevaban consigo.
Nada detuvo su andar
ni mitigó su aflicción,
pudo más el corazón
que un denodado llanto;
llenos iban de razón,
más carecían de quebranto.
Pero aquel largo sendero
era camino de muerte,
donde la vida revierte;
si efímero es vivir,
nuestro pronto morir
es fugaz soplo de suerte.
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