LOS ANALES DE MULEY (1ªPARTE)(19)

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        XX

   Aquel día de Julio

las tierras del sur lloraron,

y gélidas comprobaron

el valor de una vida;

fue el punto de partida

cuando el estrecho pasaron.

   Fue inicio de combates,

y comenzaron las muertes,

las reyertas eran fuertes,

la resistencia tenaz,

pero quedaban inertes

con desencajada faz. 

   Málaga dio la talla,

fue digna punta de lanza

y avivó la esperanza

de la lucha libertaria,

fue floreciente chanza

de la clase proletaria.

   Paró el avance faccioso

peleando con honor,

combatió con temor

y sus puertas bien cerró;

detuvo al conquistador

y el frente estacionó.

   Fueron días de gloria,

de júbilo, de efusión,

fueron días de exaltación

para un pueblo soñador,

más se estaba en tensión

vigilante y con visor.

   Aquello trajo su efecto:

se ondeó la bandera

de signo republicano,

por el sur, por su costera;

libró a su carretera

del sublevado mundano.

   Por todo el litoral

una franja libre corría,

desde Málaga al levante

la libertad se imponía;

solo Granada se erguía

sucia y arrogante.

   Y la escuadra negra

sembró la urbe de temor,

lució su gran deshonor

matando gente inocente;

sin piedad, con rencor,

mató a numerosa gente.

   Pero en el otro bando

los mismos pasos siguieron,

mataron o detuvieron

a personas por doquier;

a su altura se pusieron

en sangre y en poder.

   Pues el bando dominante

su poder siempre ejercía

y el terror imponía;

era un caso de órdenes

donde la ley moría

y nacía los desórdenes.

   Las dos Españas mostraron

su claro antagonismo,

impusieron su egoísmo

a un pueblo desolado

y su obligado mutismo

fue el gran ahorcado.

   Masacraron al pueblo

con un poder convulsivo

tiñendo de rojo vivo

su rica y fértil tierra;

fue un vulgo cautivo

de una impuesta guerra.

   Fueron días de euforia,

pues al Facio se detuvo,

listo y presto se anduvo

para lograr la victoria;

aquel pueblo estuvo

acariciando la gloria.

   Un día todo fue llanto.

Se perdió aquella alegría

porque Málaga se perdía,

cayó en manos fascistas

y su poder prevalecía

bajo signos franquistas.

   La ciudad fue ganada.

Mucha sangre se vertió

y muchos llantos costó;

se esfumó la esperanza

de un pueblo que luchó

por una buena bonanza.

   Se perdió la ciudad

y se abrió la puerta

de un camino en olvido,

quedó desolada, muerta,

con esperanza incierta,

todo se había perdido.

   Entraron los nacionales

en ciudad rendida

y toda ella destruida,

pero llena de gloria;

con honor fue defendida

quedando para la historia.

   El dolor saltó a la calle,

la represión empezó,

el odio no se ocultó

y gente inocente moría;

al pueblo se fusiló

con saña y alevosía.

   El miedo y el horror

se apoderó de la gente,

se odiaba a la fuente

como agua envenenada

y quedaba pendiente

aquella suerte quebrada.

   A los vencidos mataban,

llegó la desolación,

se olvidaron del perdón

y la ciudad dormitaba,

por las calles, en un rincón,

a gente se fusilaba.

          XXl

   Quién pudo se marchó,

pero no fue fácil la huida

y memos aún la partida;

era un camino largo,

sinuoso y amargo

que se burló de la vida.

   La gente con sus enseres

se echó a la carretera

ondeando la bandera

del odio y del pavor;

su anhelada quimera

se convirtió en horror.

   Aquel corredor del sur

era la liberación

de no admitir rendición

y su carretera era guía

de quien buscaba una vía

y lograr la salvación.

   Con el avance rebelde

la población huyó

por el único camino

que la suerte les brindó,

la senda recorrió

buscando algún destino.

   Aquel destino era incierto.

La carretera conducía

hacia la libertad,

pero gran precio exigía:

la muerte aparecía

quebrando la voluntad.

   El éxodo incontrolado,

el empuje nacional

o el deseo comunal,

llevó a la población

a un miedo infernal

de difícil solución.

   A esa masiva huida

“desbanda” se llamó,

“de la muerte” al sendero

que penoso recorrió;

glorioso fue el caminero

que antaño lo construyó.

   Aquella vía llamada

“carretera de la muerte”,

a su nombre hizo honor;

la gente quedaba inerte

y se truncaba la suerte

huyendo del vencedor.

   El medio de transporte

que usaba aquella gente

era muy vario pinto,

ingenioso y sorprendente;

lo tengo todo presente

envuelto en sutil precinto.

   Porque salía de la huerta

para ver la “desbanda”,

más nadie me podrá

engañar sobre aquel hecho

y siempre estará

titilando en mí pecho.                                                                                            

   Yo iba a la carretera

a ver la gente pasar

y su camino avivar;

según viera el momento

brindarme para ayudar

a cualquier requerimiento.

   Me angustiaba ver

a la gente caminando

con sus enceres portando,

con sus tétricos semblantes

y cabizbajos llorando,

eran locos caminantes.

   Buscaban una esperanza

que atrás habían dejado,

por ella habían luchado

en bellos campos de trigo;

todo quedó arrasado,

cuitas llevaban consigo.

   Nada detuvo su andar

ni mitigó su aflicción,

pudo más el corazón

que un denodado llanto;

llenos iban de razón,

más carecían de quebranto.

   Pero aquel largo sendero

era camino de muerte,

donde la vida revierte;

si efímero es vivir,

nuestro pronto morir

es fugaz soplo de suerte.


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