Me encuentro conduciendo una furgoneta vetusta, roja y oxidada a través del barro de un camino escondido y travieso. Es de aquellas donde uno transportaría gallinas y cerdos, pero hoy no. Mi pick-up es un ser querido para mi y no dudo en quererla como a un amante, celosa de ser mentida por la verdad de una esposa. Mis manos agarradas en el volante vibran ante cada piedra que ahogo en el suelo asqueroso de esta arcilla pegajosa, mientras voy conduciendo. Lo tengo retorcido con mis manos arrugadas y grandes como si fuera un paño mojado intentándole sacar el agua.
No tengo consciencia de si es de día o de noche, pero la humedad ambiental me encrespa el cabello gris y grasiento. Es como tuviera una fregona pegada en la cabeza. No me he lavado hace días y si queréis que os diga la verdad, me da igual.
Me siento sucio. Me gustaría olvidar mi nombre y mis apellidos. Seria fácil hacerlo, sinceramente. Ahora mismo podría frenar miKittyroja; abrir la puta puerta; danzar tres pasos maricones como el chino deElÚltimo Bailarín de Mao; arrimarme al borde del peñasco virgen; aspirar el aire todavía gratis y emular la locura de volar.
Aunque sufra de miedo, no hay remedio, hay que continuar.
En cada instante, veo recuerdos, montones de fotogramas que me torturan provocándome el llanto de lágrimas.
Tengo diez minutos de camino y todo se habrá terminado. Intento respirar al ritmo de los latidos de mi corazón, pero pierdo la concentración en el intento y sucumbo a un aparente descontrol. Decido fumarme un cigarrillo y lo enciendo con un zippo de gasolina. Ya estoy llegando al destino: la cima, tal como había soñado. Siendo así, acelero más y más, aspiro fuertemente el cigarrillo y cierro los ojos. Voy a pensar en mi mujer. En mi esposa degollada y mi hijo ahogado que llevo en la parte trasera de mi mejor amante Kitty, pensando que falta poco para reunirme con ellos.
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