Mientras esperaba la claridad del que ahora respiro....

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Extraño, en el silencio, la estridulación de los grillos. Con el veneno para erradicar al insecto más temido en los domicilios, llegó su exterminio.

El terciopelo, en esta madrugada, ni está negro ni luce brillo alguno.

Hoy el protagonismo se lo lleva el viento. Su rugido calla el primer trino y su fuerza, no tiene, a las palmeras contentas.

Las farolas del parque apenas lo iluminan, en él no se respira aromas de flores y, a sus bancos de piedra, ningún callejero se acerca.

Un coche particular irrumpe el sueño de la carretera y el estruendo de una moto, se disculpa por las prisas.

El latido del reloj me hace compañía. El cemento que tengo enfrente, empieza con luces salteadas, a hablar de trabajo y dureza de vida.

El camión de la limpieza espanta el vuelo de un diminuto ser alado y, las palomas presumen, de alcanzar otras latitudes.

Respetando las horas, la ambulancia cumple su urgencia y el alquitrán con la primera guagua, recibe como de costumbre la caricia esperada.

En ella van distancias de gentes medio dormidas, voces calladas que piensan sus destinos. Unos se acoplan, otros se joroban y los que ya lo tienen asumido, recrean sus ojos en el primer resplandor que les brinda, el amarillo de la estrella.

La claridad invita. En las calles caminan ya algunos pies.

Mi vida, fijo, ya no tiene más que un rumbo.

Crecemos sin darnos cuenta de que, la edad, tiene un tiempo. Que el precio de vivir es la muerte y que nada más nacer, empezamos a pagar el alimento de las funerarias.

A veces me animo a rememorar lo que ya no vuelve.

Más o menos afortunados, crecemos en un entorno.

Nadie se escapa del dolor, ni de las lágrimas con motivo. Pero, amigo, en esta noria vivida, también hay cosas lindas.

¿Quién, aún sin ser correspondido, no ha probado el condimento de estar enamorado? Y ¿Quién dentro de todas las desgracias no ha sido estimulado a morirse de risa?

En los tiempos que corren pienso que, el lujo no puede presumirse si no disponemos del cariño y la sinceridad de una buena compañía.

De nada vale que nuestros cuerpos se vistan de marcas, ni tampoco el precio pagado por elegir otro restaurante si todo se queda en superficialidad. Pareciera que lo  que aburre es compartir sin tener que gastar más que nuestro tiempo; necesitamos sentir que somos algo más que el murmullo de la terraza; y que no pretendamos sólo con comida, llenarnos la boca. Del alma, se habla poco, de las emociones importantes menos, y después nos asombramos del lleno que desbordan los hospitales.

Los años me van minando, carezco de lo que expongo, más no por eso me agrio. Disfruto complacida las ilusiones del amor ajeno, y creo firmemente que aunque mi persona no haya sido bendecida por él, éste existe.

El pensamiento saludable se conforma, aprende y llena vacíos de  soledades.

Cada mañana al dar las gracias por amanecer, me pinto en los labios una sonrisa. Eso me ayuda a continuar y, aunque no sea la fecha  del santo  ni esté celebrando que nací en septiembre, recibo regalos cuando se detienen en mí y leen la página.

GRACIAS.


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