Un día alguien va a aguantarse la mirada al ver tus defectos, esos que intentas ocultar con maquillaje y sonrisa, y le gustarán. Tanto que se quedará.
Se quedará a ver cómo anocheces y cómo nacen las estrellas cuando tú bailas con tantísimos golpes en el pecho y tantas despedidas en ese reloj de arena que no supo detenerse cuando deseaste con las mismas fuerzas de alguien que había vivido su primer momento de felicidad.
Viene y te invita a pizza.
Toma cerveza mientras te acomoda el pelo en tu oreja.
Y sonríe.
Y le brillan los dientes.
Te mete la mano en ese desorden de vida, pero todo termina mal, porque, de pronto, comienzas a necesitarle con urgencia y a querer saber más de su vida.
De golpe, así fue que entró.
Te caló como la mejor tormenta que jamás te lloverá.
Es invierno,
llueve,
hace frío
y las manos heladas.
Entonces se abrazan como si fuesen uno solo.
Y se acerca a ti, te acaricia la mejilla y te dice que, por mucha seguridad que te transmita, se siente el chico más inestable de un mundo paralelo.
Está triste porque por las noches trata la manera posible de encontrar todas las partes de él que le fueron arrebatadas en el día.
Y él, sin saberlo, es magia.
Y tú, sin saberlo, eres poesía.
Y la magia con la poesía van de la mano.
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