LOS ANALES DE MULEY (1ª PARTE) (20) (FIN 1ª PARTE
Por YUSUF AL-AZIZ
Enviado el 10/07/2015, clasificado en Varios / otros
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XXll
Aquellos inciertos días
de muerte y destrucción
y de gran desolación,
los pasaba en la huerta
o estaba de mirón
en esa ruta incierta.
Fue un reguero constante
de muchedumbre huyendo,
gente que iban creyendo
en una España mejor,
iban ceñudos sufriendo,
caminando con rigor.
Y la sombra de la muerte
también estaba presente,
extendió su negra capa
arropando a la gente
y gritando sordamente,
pues a su voz nada escapa.
En cualquier éxodo
de gente precipitada,
el cansancio, la fatiga,
deja a la masa mermada;
la muerte, su gran aliada,
aparece como amiga.
El avance nacional
sin apenas resistencia,
agravó la situación;
avanzaban con prudencia
matando sin licencia,
sin mostrar compasión.
En aquella “desbanda”
la muerte fue compañera,
amiga, traicionera,
en tan penoso viaje;
siempre iba la primera
cambiando de equipaje.
Oteaba triste al cielo
como las bombas caían
y el daño que producían,
más atónito callaba;
las aflicciones florecían
y silencioso lloraba.
Me sentía importante
contemplando aquel evento,
me llene de sentimiento
y quise ser un Dios
para pasar el momento
o querer morir por dos.
Del cielo venía la muerte,
de la tierra amargura,
con genio y figura
se luchaba por la vida,
pero con tanta premura
que se daba por perdida.
Pues la suerte bendijo
a quién pronto la imploró,
a quién de ella huyó
dejando aquel infierno;
y a quién no le importó
dejar su holgar eterno.
Seguía mirando al cielo
viendo pasar aviones
y ver morir ilusiones,
era macabra visión,
eran negros nubarrones
partiéndome el corazón.
Los pájaros de hierro
en sus extrañas portaban
sutiles libros de muerte
donde todos se apeaban;
nombres que se cotejaban
con el azar y con la suerte.
Y sus alas vomitaban
verde hiel ensangrentada
con la muerte impregnada;
en mi la pena afloraba
y gris era mi mirada
cuando al caer la oteaba.
Eran vuelos de muerte:
ancianos, adolescentes,
niños con sus parientes,
adultos, todos morían,
pero eran inocentes
de un conflicto del que huían.
El avance nacional
precipitó la partida
y condicionó la huida,
aquella persecución
insólita, fratricida,
iba contra la razón.
Por tierra mar y aire
la muerte extendía
su frenético brazo,
efímera apariencia
que su larva introducía
minando cualquier lazo
Porque algún que otro barco
se unía a la matanza
rompiendo la esperanza
de aquel pueblo errante;
nadie pudo romper lanza
ni ocultar su semblante.
Eran días diáfanos,
el sol en mar rielaba
y su fuerte luz cegaba;
el estruendo del cañón
salvas de muerte lanzaba
cumpliendo su misión.
Un día, otro día, otro…
¡La cuenta he perdido!
Me encuentro afligido,
demasiado pasivo,
y contemplé aturdido
aquel éxodo masivo.
Aquella terrible ruta
fue un justo desafío
de comunal albedrío
de la gente emprendedora;
como reborde de río
que sus aguas añora.
Fue válvula de escape,
camino de libertad
preñado de lealtad
y sendero empedrado;
tétrica realidad
de un pueblo condenado.
Camino largo, sinuoso,
pero algunos lo pasaron,
otros atrás se quedaron.
¡Maldita sea la suerte
que los dioses mandaron,
maldito su acierto!
Y muchas vidas segaron
en aquella “desbanda”,
más nunca se olvidará;
no cejaré en empeño
porque un día se evocará
su recuerdo y su sueño.
La conquista del pueblo
fue un gélido pavor,
un autentico horror
para la gente inocente;
mataron sin pundonor
a una verdad creciente.
La bandera del odio,
de venganza, de muerte,
en su mástil ondeaba
y en su fe se convierte;
su lasciva flama vierte
y a todo impregnaba.
Hubo una gran depresión
y muertos por doquier,
no acabé de comprender
tanto odio y envidia
que hicieron florecer
la sombría perfidia.
Y llegó a mi pueblo
la ansiada liberación
fusilando sin razón,
la “desbanda” acogió
a quien a ella se unión
buscando salvación.
Pero quién se quedó
padeció la venganza
de un pueblo exaltado,
cautivo, humillado,
que perdió su templanza
cuando fue liberado.
Por sus empinadas calles
un río de sangre corría,
al cementerio se acudía
a ver las fosas de muerte
que el vencedor habría
y maldecir a la suerte
La buena gente buscaba
a sus amores perdidos,
padres, hijos o maridos,
más nadie daba razón;
deambulaban abstraídos
con su roto corazón.
Así empezó la guerra,
cruenta y duradera,
con muertes y traiciones;
cuando se degenera
y muere la primavera,
florecen las aflicciones.
XXlll
Una radiante luna
se esconde del tiempo
en una noche oscura
y un amanecer tardío
apacigua su tristeza
sosegando su miedo,
cálmate luna lunera,
enseña tu cara al mundo
y entierra tu dolor,
deja que brille tu rostro,
quiebra tu aflicción
y rompe tu sutil llanto,
porque la cuita tizna
y se vuelve lamento,
que no te amargue tu pena
y muéstrale al mundo
tu faz tranquila, serena,
enséñale con decoro
tu dolido corazón
por aquellos que murieron
por una España mejor.
Que no te venza el quebranto,
deja doblar las campanas
con sus clamores a muerto;
coge fuerte su maroma,
voltea tus sentimientos
para que escapen al éter
sus afligidos suspiros
y que el viento los lleve
allende del universo,
y que tú clara memoria
esculpa en el tiempo,
en digna loza de oro,
los nombres y apellidos
de aquellos valientes hombres
que la vida perdieron
en nuestra guerra civil.
¡OH diosa del Olimpo,
protectora de la vida!
Acoge en tu dulce seno
y darle protección
a ese millón de muertos
que la guerra causó,
arrópalos con tu manto
y mece nuestra memoria
para entender su legado.
¡Glorias a las dos Españas!
¡Clamores por sus muertos!
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