Piensa detenidamente lo que haces a diario

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La encontré una de esas noches que sales con los amigos sin pensar en nada, sólo escuchas una voz familiar en el teléfono que te anima a olvidar las penas y te dice una hora determinada. El coche en marcha en la puerta de casa, alcohol barato y canutos de yerba dan comienzo a una jornada más de fiesta y destrucción.

En medio de todo el gentío, y tras varios viajes al baño para aumentar mi energía, vi a una muchacha que reía con sus amigas, una auténtica belleza española: morena, con sus curvas bien definidas y sus ojos castaños. No lo pude remediar, me acerqué a ella y me presenté. A pesar de que me encontraba bastante dañado, y del malestar de sus amigas por mi presencia, pude hacerme escuchar y quedar para tomar una copa otro día.
 
Tras varios cafés y diversas cenas conseguí que me viera como algo más que un simple tío del montón. La primera cita formal fue algo inolvidable y siempre la tendré grabada en mi memoria como ese momento en el que mi vida cambió por completo.
 
-    ¿Cuándo conoció la realidad de su mujer? Dice una voz metálica.
 
Después de dos meses saliendo como novios oficiales llegó el gran día, Adoración decidió entregarse a mí. Imagínate el momento, yo no era nuevo en estas cosas y la verdad es que el sexo es algo muy importante para mí, pero por una vez en mucho tiempo lo iba a realizar con una persona a la que quería.
 
Para este momento decidimos ir a un hotel de esos caros, tras dos meses pude comprobar la perfección de sus senos sin la necesidad de esa cobertura artificial que, en muchas ocasiones, tanto nos engaña. Cuando llegó la hora de descubrir su tesoro más preciado pude notar las reticencias de Adoración, no quería que bajara su ropa interior.
 
Me insistía una y otra vez que tenía mucha vergüenza en mostrarme aquello, pero era mi momento y llevaba dos meses esperándolo, así que me puse serio y conseguí derribar todas sus barreras para bajarle las braguitas. Cuál fue mi sorpresa al echar un vistazo y no encontrara nada ahí abajo. Al ver mi cara de sorpresa me sentó en la cama y tras darme un largo beso me comentó lo siguiente:
 
“Nací sin vagina, como puedes comprobar no tengo ni siquiera el orificio. Si observas fijamente puedes apreciar que no tengo ningún tipo de problema a la hora de hacer pis y puede disfrutar de algunos orgasmos al tener una pequeña sección del clítoris. Espero que no sea un inconveniente, ya me has demostrado que me quieres y eso es lo más importante. De todas formas en todo lo demás soy una auténtica experta”
 
-    ¿Cómo le sentó que le escondiera este secreto? Pregunta de nuevo la voz metálica.
 
Si le digo la verdad, me sentó muy mal que me escondiera este secreto tan gordo, pero la comprendí.
No puedes ir diciéndole al primero que te encuentras por la calle que te pasa eso, te mirarían todos con cara rara y serías el bicho extraño del barrio. Nuestra relación se resumía en masturbaciones mutuas y sexo oral, todo muy estable y tranquilo.
 
Con el paso de los meses, nuestra relación se asentó y decidimos que era el momento de irnos a vivir juntos y de casarnos. Nuestra vida iba viento en popa, todo funcionaba perfectamente y nos queríamos; si le digo la verdad, nunca había sentido nada parecido a lo que sentía por Adoración, era mi compañera, mi amiga, mi amante; era mi vida.
 
La noticia de nuestra boda provocó un efecto dominó en nuestro entorno más cercano, todos nuestros amigos empezaron a casarse y a tener hijos a los pocos meses de su boda. Nosotros éramos los únicos que no entrábamos en el club de los papás, y eso comenzó a separarnos de la pandilla cada vez más.
 
-    ¿Le echaba la culpa a su mujer de esta situación?
 
Mentiría si te dijera que no, en el fondo de mi corazón culpaba a mi mujer por esta situación. Además, cuando llevábamos dos años viviendo juntos empecé a pasar demasiado tiempo fuera de casa; el sexo monótono y la falta de hijos provocó en mí una sensación de desazón demasiado grande.

El tiempo en casa con mi mujer se había convertido cada vez en un castigo mayor y las discusiones con ella por cualquier tontería camuflaban mi frustración por todo lo que me estaba pasando. Empecé a culparla por todo en mi interior y eso provocaba que la situación en casa fuera insostenible.
 
No tardé mucho en buscar fuera de casa lo que no me podía dar mi mujer y empecé a esconder dinero de mi nómina para gastarlo en, como las llamaban mis amigos, ‘terapias de sexo’. Descubrí de nuevo lo que era el sexo con penetración y me enganché, no podía parar, todas las semanas tenía que visitar un prostíbulo para acallar las voces interiores de mi mente.
 
-    ¿Se lo comentó a su mujer?
 
¿Cómo se lo iba a comentar a mi mujer? Ella nunca entendería que su marido se fuera de putas todas las semanas porque su esposa era una tullida. Así la empecé a llamar en mi interior, tullida. No se lo merecía, lo sé, pero cuando el fuego del deseo sexual empezaba a quemar dentro de mí, me hacía insensible y agresivo ante ella. Odiaba todo lo que hacía o lo que era, la odiaba con todas mis fuerzas.
 
Me convertí en un monstruo, que sólo iba a casa a por comida y para descansar. Ya no me paraba a hablar con mi mujer, ya no la besaba deseándole un buen día, ni siquiera era consciente de si iba arreglada o en pijama. Mi punto de atención estaba fuera de casa, en un lugar con olor dulce y luces de neón. Mi mujer ya no existía para mí, era un ser inerte que giraba a mi alrededor y que mantenía un plato en la mesa.
 
-    Continúe por favor.
 
Así estaba todo hasta que llegó ese día, ese instante que nunca podré olvidar y que cambió todo el juego. Como cada día de los últimos dos años, volvía a casa borracho y con pocas ganas de entablar una conversación con mi mujer, el día había sido horroroso y no veía el momento de que llegara el fin de semana para visitar a Svetlana. Cuando entré a casa noté que algo raro ocurría, no estaba presente el olor característico de la cena de mi mujer, ni tampoco sonaba el televisor de la cocina.
 
Intrigado, caminé hacia la cocina en busca de Adoración y la encontré en el suelo cubierta de sangre y con una batidora entre las manos. Horrorizado me acerqué hasta ella y pude comprobar que aún estaba con vida.  Al verme, me miró fijamente a los ojos y con su último aliento me dijo: “Ya tienes tu preciado agujero”.
 
-    Es consciente de que empujó a su mujer a realizar esa acción.

-    Lo soy. Contesté resignado.

-    ¿Esa culpabilidad es la que le ha empujado a intentar suicidarse tres veces durante el último mes?

-    ¡No! lo único que quiero es pedirle perdón.


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