Me levanto de mi cama, que en el fondo no es nada más que un colchón viejo de muelles destartalados y de tejido hippie, me rasco las pelotas y abro la ventana de madera hinchada por la humedad. No hay sol. Es una mierda y la hora es indescifrable ya que no tengo reloj. Luego voy al baño y después de haber meado a gusto, me dirijo a la sala de estar. Me hago una paja y doy cuerda a un tocadiscos viejo. De estos que uno diría: Es un tocadiscos elegante. Selecciono un vinilo estupendo de Chopin: Nocturns comprado en el mercado de las pulgas de Antofagasta, la vez que viajé a Chile y lo pongo delicadamente para escucharlo una enésima vez.
Estoy desnudo y se me puede considerar un viejo verde y arrugado. Empiezo a danzar como si de un vals fuera y me acerco a un sillón, me acuclillo y fijo la mirada en una persona que está sentada: mi madre.
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