En un valle lejano, habitaba en un pueblecito un joven alto y corpulento. Su fuerza física era su don, y consciente de ello, se puso como meta ser el más fuerte del valle. Empezó a retar a todos los de su villa, luego los de otras villas y así, tras mucho esfuerzo y sudor, logró derribar con sus musculosos brazos y su espíritu competitivo a todo hombre que se le oponía, incluso los más altos que él.
El mozo se dio cuenta que su sueño empezaba a realizarse y su felicidad estaba más al alcance de su mano. Si alguien se oponía a su sueño, sería tirado al suelo. La gente hablaba, y su don empezó a ser reconocido por los habitantes del pequeño pueblo.
Una mañana, el muchacho ayudaba a llevar leña a sus más cercanos para pasar otra cálida noche frente a la hoguera, cuando vio a lo lejos un hombre con las mimas características que él. No podía aceptar que ese hombre estuviera en el valle sin reconocer quién era el más fuerte. Sin vacilar, mandó a unos aldeanos que le llamaran para retarle a un combarte cuerpo a cuerpo, pero los aldeanos más viejos, con mejor visión que él, se mostraron escépticos.
-¿Qué ocurre?- dijo el joven- traédmelo y os demostrare quién es el más fuerte.
-Chico- se adelantó un viejo- no puedes con él.
-¿Cómo que no? Siempre he ganado, estoy muy bien dotado y no puedo perder.
-No lo hagas, con él no podrás- dijo una señora.
El joven no hizo caso y mandó a un amigo llamar al hombre que estaba en el fondo del valle, de tamaño pequeñito. Cuando su amigo trajo al hombre que quería retar, se quedó petrificado al ver que era un gigante, tres veces más grande que él.
Fue aplastado por el gigante.
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