Fantasías tenebrosas

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- ¡Mira! ¡Para, para! - me dijo ella de golpe.

 

- ¿Qué? ¿Dónde? - le pregunté.

 

- Aquí, a la derecha, en este descampado - respondió ella excitada.

 

- ¿Para qué? ¿Te estás meando? - le pregunté.

 

- ¿Quieres parar el coche?

 

Por su tono deduje que se estaba cabreando y yo no entendía por qué quería que me detuviera

a la salida de aquel pueblo perdido y olvidado del mundo que no era posible que tuviera más de

cien habitantes. Pero cuando me miró con esa sonrisa tan pícara suya y me señaló el cemen-

terio con un dedo desde el interior del coche lo comprendí todo.

 

- ¡Ah, no! ¡Ni hablar! - dije negando incluso con la cabeza para darle mas énfasis a mi negativa.

 

- Me lo prometiste - me dijo suplicante.

 

- Oh, mierda, nena, son de esas cosas que uno promete esperando no cumplir nunca.

 

- ¡Ah, si!... - y se bajó del coche sin mas. Lo rodeó por la parte delantera y vino a mi ventani-

lla. - Venga, no seas tonto que en el fondo tú también quieres probar, que lo sé yo.

 

- Nena, no jodas. Te dejaré que te tires a un negro o que hagamos un trío... o que violemos una

cabra, pero follar en un cementerio no... Y menos a estás horas: son las tres de la tarde y hace

un calor de muerte.

 

- Por eso es el momento adecuado. Ni siquiera conocemos a nadie en este pueblo

 

Negué con la cabeza agarrándome al volante.

 

- Si, pues como no me folles en el cementerio te dejo.

 

- No hablaras en serio, cariño - le dije al borde de la congoja.

 

- Ni cariño ni hostias. O te bajas ahora mismo del coche o vete olvidando de mí.

 

El cementerio era bastante pequeño, tapiado todo alrededor con piedras pintadas de blanco.

Al llegar a la verja de entrada deseé que no se abriera, pero la cabrona se abrió y pasé de la ma-

no tras mi novia. El lugar estaba desierto excepto por los montones de lápidas y montículos que

esperaban ser lapidados. Ella dio una vuelta por el lugar mirando las tumbas; yo, simplemente,

me dejaba arrastrar. En un rincón había un montón de nichos hechos con cemento para los pró-

ximos huéspedes de aquel hotel del que nadie se quiere ir. Al final ella me arrastró a la esquina

opuesta, donde los omnipresentes cipreses cobijaban del inclemente sol del verano. Se quitó las

bragas y se sentó en una enorme lápida que por el tamaño era probable que estuviese toda una

familia enterrada allí. Se me abrió de piernas delante mía y me mostró su mojado y peludo coño.

No sé si lo tendría tan húmedo por el calor o por el morbo que aquella situación le producía pe-

ro, desde luego, mojó hasta la lápida. Yo miré a mí alrededor de nuevo para asegurarme de que

no había absolutamente nadie. En otra esquina había una especie de casita pequeña que pare-

cia cerrada a cal y canto. Para cuando me di la vuelta, mis pantalones cortos de deporte ya esta-

ban a la altura de mis muslos y me la llevaba chupando un rato; imaginaos en dónde tendría yo

la cabeza para no darme cuenta de aquello. Se sacó las tetas al aire y sus pechos sudoroso pa-

recieron sacarme de mi petrificación. Se los acaricié con dulzura mirando a todos lados, desean-

do que aquello acabara pronto porque ella era la única de los dos que parecía disfrutar. Empezó

a frotarse el coño y meterse mi polla hasta la campanilla. Lo hacía sin prisa y sin el menor te-

mor de que alguien pudiese aparecer en cualquier momento. Después se tumbó encima de la lá-

pida cuan larga era y me dijo que la follara. Yo estaba en plan adolescente en su primera vez,

con la picha tiesa pero con la cabeza en otra parte. A mi la cosa me pareció sacrílega. Y el he-

cho de ver el nombre de una tal Justina 1940-2014 estampado en la lápida sólo hacia que no

dejara de preguntarme si iría al infierno por aquello cuando se la metí extremadamente fácil. Se-

guro que ella pensó que yo estaría súper cachondísimo; sólo quería correrme lo antes posible

para pirarme de allí cuanto antes. En mi cabeza no dejaba de ver al Hombre Alto de la pelicula

aquella de los setenta llamada Phantasm. Mientras ella gemía y se retorcía como una serpiente,

yo me imaginé que el Hombre Alto me agarraba por detrás y me metía en un ataúd para hacer-

me miembro de su ejercito infernal. Como os podréis imaginar ni de coña fui capaz de correrme,

ella sin embargo, como bien me contó después, llegó a correrse hasta cuatro veces y, por muy

mal de la olla que este mi novia, os aseguro que multiorgásmica no es. Pero si es cierto que hu-

bo un momento en que me olvidé de todo y pareció que casi me iba a correr cuando, ya os ima-

gináis lo que ocurrió: apareció el tipo que se encarga de guardar el cementerio.

 

- Estooooo - mientras prolongaba la o nos dio tiempo a levantarnos acojonados de la blanca lá-

pida, subirme el pantalón y ella volver a bajarse la falda de su vestido rojo y guardarse sus te-

tas - ooooooo... Yo entiendo que a los de la ciudad les de morbo esto de follar en los cementeri-

ros y tal, pero tienen que entender ustedes que esto es un lugar público y que aquí vienen perso-

nas mayores; y ya saben cómo son las personas mayores, en seguida se escandalizan por to-

do - a pesar de la vestimenta de aquel hombre: pantalón con tirantes, sin camiseta debajo, su

sombrero de paja y que apoyaba uno de sus brazos sobre una especie de rastrillo que utiliza-

ria para quitar las malas hierbas del cementerio, era extremadamente locuaz, educado y con ci-

erta cultura me hubiera atrevido a decir - Tranquilos que no les voy a hacer nada ni llamaré a la

policia - dijo al vernos acojonados, abrazados el uno al otro. - Pero por lo menos podían haber te-

nido la delicadeza de venir cuando viene todo el mundo, por la noche. Si, si, no me miren con

esa cara. No se imaginan la cantidad de preservativos que tengo que recoger cada fin de sema-

na... Miren... - nos dijo señalando hacia la puerta del cementerio por la cual entraba una señora

mayor con un niño pequeño.

 

- Por favor, eh... Disculpenos, eh... No volverá a ocurrir. Lo sentimos - me atreví a decir cuando

nos dispusimos a irnos.

 

- Más lo siento yo, créame, que estaba viéndolos desde la caseta de allí arriba.

 

Nos quedamos un poco atónitos y emprendimos el camino hacia la salida cuando el tipo dijo:

 

- Ey, señorita. - Mi novia se volvió y el tipo le señaló un lugar de la lapida. - Se olvida las bra-

gas. - Ella las cogió y con sonrisas pudorosas nos fuimos de allí.


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