En el momento que me subo en un tren me transformo en una sanguijuela chupadora de paisajes. A los asesinos nos place hallar nuevas victimas y anotarlas en un cuaderno de bitácora de segunda mano para luego rememorarlo en la intimidad. Viajar en el ferrocarril me ayuda a pensar en claridad y alejarme de los que no me comprenden.
Puedo contaros muchas historias y sé que estaríais ansiosos en leerlas. Lo más probable es que tal vez os apetecería escucharlas a viva voz, en directo. Si eso es cierto, me temo para mí euforia y desgracia vuestra, que sois igual que yo. Tan partícipes de vuestra muerte como de un verdugo asalariado.
Desde el momento en que estáis leyendo ese texto la soga del cuello os luce como un collar de diamantes.
Me ha parecido tan increíble, siempre la dualidad que existe en una propia persona sobre sus pensamientos inconscientes y sus acciones meditadas que me he enamorado de esta doble cara. Me he enamorado Más bien de lo maquiavélico, de lo narcisista y transgresor. La gente bonita y buena no existe. Que bonito motivo para morir.
Dentro de quinze minutos voy a llegar a destino, a tu pueblo. Me levantaré. Me pondré la americana nueva y de corte elegante oscuro. Me ceñiré la corbata de color naranja sanguina y miraré la hora en el reloj vintage de números grandes. Respiraré relajadamente y bajaré del tren. Estarás esperándome de pie con la mirada resacosa y perdida. Y entre la multitud caminando apresuradamente, te desnudarás para mostrarme tu piel blanca lechosa y dirás que eres puro, que eres inocente. Me acercaré hasta notar tu respiración histérica. Levantaré mi mano derecha y te agarraré el cuello hasta asfixiarte, para ser así, mi nuevo trofeo.
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