No mujeres o niños, esa había sido siempre unas de la pocas e inquebrantables reglas que Johannesburgo tenia. Pero su vida cambio mucho, ya no estaba seguro de nada. Su trabajo finalmente había llegado a afectar su alma. Finalmente se transformo en algo a lo que siempre le temió, un verdadero monstruo.
Era tarde, toda la calle se veía solitaria, el frio y la poca luz ayudaban. El aprovecho eso y camino con lentitud, utilizando cada sombra del lugar.
Todas las cabañas del lugar se parecían. Pero él sabía exactamente cuál era su destino. Podía sentir la sal del mar cercano en su boca, pero no le importaba. Ya había perdido la capacidad de disfrutar cualquier cosa, su vida se redujo simplemente a su trabaja, nada mas importaba, sus reglas, su vida, nada.
Se acerco a esa pequeña casa por un costado, y muy disimuladamente miro por una pequeña ventana. Una mujer mayor se encontraba sentada en silencio en su interior, se la veía preocupada con sus manos casi tapándole la cara. Hubo un momento que Johannesburgo simplemente se hubiera alejado de una situación como esta, pero el hombre que habría tomado esa decisión ya no existía mas. Rodeo la casa muy despacio hasta llegar a la parte de atrás, donde se veía una puerta bastante débil. Le tomo menos de un minuto abrirla, una vez dentro camino despacio hasta llegar al living. Todo se veía muy poco iluminado, y excepto por un pequeño sonido de los vecinos, también reinaba un profundo silencio.
Se quedo parado en la entrada del living, la mujer no pareció notar su presencia. Johannesburgo lo contemplo por unos momentos, trato de buscar en su interior alguna respuesta o escusa para irse, pero no encontró ninguna. Se acerco a la mujer hasta quedarse prácticamente a su lado, finalmente esta noto su presencia y lo miro, no estaba sorprendida ni asustada, se la veía muy apacible, lo cual confundió bastante a Johannesburgo.
-Está bien hijo, estoy en paz y no me arrepiento de nada- dijo la mujer muy tranquilamente, prácticamente sonriendo.
No mujeres o niños, esa había sido siempre unas de la pocas e inquebrantables reglas que Johannesburgo tenia. Pero ya no era ese hombre, ni nunca más lo seria. Había cruzado sus propios límites demasiadas veces, se había involucrado emocional y personalmente demasiadas veces. Finalmente era el monstruo al que siempre le temió, pensó mientras limpiaba el cuchillo y observaba a la mujer en el suelo inmóvil y cubierta de sangre.
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