INÉS

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Tap, tap, tap... Oigo, como cada día, el taconeo acercándose. Entra, como cada día, sin saludar. Tacones de aguja, falda estrecha, negra, diez centímetros por encima de la rodilla; blusa blanca con tres botones desabrochados; sujetador negro; la melena suelta... como cada día.

-Sr. Ruiz, los informes U-6, Z-3 y el expediente W96, a mi mesa en diez minutos. ¡Y ajustese el nudo de la corbata!

Una nube se forma en mi cerebro y estalla en rojo. Las pequeñas partículas llevan un sabor amargo a mi boca y muevo los labios.

-¿Y por qué no me la chupas? -expreso en voz alta.

Se para en seco. Se gira muy lentamente  clavando su mirada en la mía. Y, también muy lentamente, se acerca a mi, que he separado la silla de la mesa, parándose entre mis piernas con las tetas a la altura de mi boca. Su perfume me envuelve. El agitado movimiento de su pecho, los labios entreabiertos, los ojos entornados, hacen que algo se agite también en mi entrepierna.

-Creí que nunca me lo ibas a preguntar -dijo.

Pasó una mano por mi nuca e, inclinándose, me dio un beso tan profundo que me dejó sin respiración. Se arrodilló, liberó mi pene a media erección, lo besó con ternura y se lo introdujo en la boca.

Un espasmo recorrió mi columna vertebral, un gemido escapó de mi garganta. Lo acariciaba con su lengua de arriba abajo, se entretenía en el glande, lo succionaba y masajeaba los testículos. El placer que me estaba dando arrancaba de mi gemidos incontrolables que, unidos a los sonidos de placer que salían de su garganta, me llevaban a la locura.

La paré estirando de su cabeza y besándola en la boca con desenfreno. Colé una mano entre sus muslos para encontrarme con unas bragas empapadas de jugos. Las aparté e introduje dos dedos en aquel volcán rezumante. Mordió mis labios hasta hacerme sangrar mientras estiraba de mi camisa y de su blusa desnudando nuestros torsos. Los pechos saltaron cuando los liberó del sujetador y sus pezones, erectos y duros como el granito, se clavaron en el mío. 

La apreté contra mi lamiendo su cuello a la vez que cerraba la mano sobre la totalidad de aquella vulva rasurada, inundada y ardiente, apretándola entre mis dedos. Con la otra mano, masajeaba sus firmes y rotundas nalgas con fuerza y verdadera pasion. Gemía sin parar. Enterraba la cabeza en mi pecho para que sus gritos de placer no se oyesen en toda la oficina y clavaba las uñas en mi espalda mientras el primer orgasmo le hacía flaquear la piernas y hacia que sus jugos rezumasen entre mis dedos.

De un empujón volvió a sentarme en la silla. Se desprendió de la falda y las bragas, me quitó el pantalón y el slip y sentándose sobre mi, introdujo el pene hasta lo más profundo de su intimidad, mordiéndose el labio para ahogar el grito de placer. Buscó mis ojos y, con los suyos prendidos en ellos, comenzó un intenso vaivén arriba y abajo, acompañado con movimientos circulares de la pelvis, que me estaban llevando a la gloria.

De pronto se abrió la puerta y en ella apareció Cris, la encargada de sistemas que, como es de suponer, se quedó de piedra.

-Perdón -balbuceó azorada.

-Pasa y cierra la puerta -le espetó Inés- Aparte de cerrar los ojos y taparte los oidos puedes hacer tres cosas más: sentarte y mirar, masturbarte mientras miras o acercarte y participar. Tú eliges.

.../...


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