Estaba siendo perseguido desde hacía por lo menos tres horas, no le dejaban tregua, pues debía ser alcanzado antes del término de aquel día. Nunca debieron intentarlo, pues él no podía aceptar aquel tortuoso destino, por lo que decidió acabar con todo.
Al principio empezó a sentirse pálido, mareado con dificultades para respirar y un pronunciado dolor en el pecho, pero pronto desapareció y se desplomó sobre el suelo, llorando por haber tenido que recurrir a un método tan cobarde para conservar su libertad de elección, pero orgulloso también de algún modo. Ya no había dolor, no tenía miedo, solo sentía pena por aquellas personas de pensamiento cerrado y vidas vacías, ellos sufrirían más por no conseguir su objetivo que él por perder la oportunidad de volver a tenerlos.
La vista se le cansaba y decidió cerrar los ojos. Se sentía liviano como una hoja y una gran paz en su interior, pero aun no podía dejar de escuchar a sus perseguidores que chillaban como fieras por su decisión y se golpeaban a sí mismos por la frustración que sentían.
Uno de ellos intentó levantarle, pero él se negó mientras pudo, más adelante perdió la capacidad de hacerlo, pues abandonó el mundo para no volver más.
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