Dominium Demonio

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Aquella noche me fue imposible conciliar el sueño. No dejaba de pensar en aquel libro, que adquirí a un precio irrisorio, mientras caminaba por una desolada calle del centro de Lima, el día anterior.

Es menester reconocer que disfruto de la lectura, teniendo cierta predilección por lo fantástico y desconocido. Recuerdo que en mi adolescencia devore con avidez, los geniales cuentos del Maestro Edgar Alan Poe. Sin embargo, mi favorito en el estilo, siempre será H.P Lovecraft.

Era el último día del mes de junio. Salí de la oficina contento. Pues era viernes y ya habían depositado el sueldo. Raudo y veloz me dirigí hasta un cajero automático, y retirando lo justo y necesario, decidí dar un paseo e ir a husmear libros al infame Jr. Quilca, en el centro de Lima.

Mientras caminaba, iba fascinado mirando la cantidad de libros (entre nuevos y usados, piratas y originales) que se exhibían en los anaqueles. Sin embargo, algo llamo mi atención en una esquina.
Tendido en el suelo, se hallaba un anciano de aspecto deplorable, junto a una ruma de libros viejos. Decidí seguir mi camino, pero estirando su decrepita mano, aquel anciano jalo la vasta de mi pantalón, impidiéndome seguir. Con voz áspera y suplicante, rogó que lo escuchara:


-Jovencito, cómpreme un libro. Ayude a este pobre anciano…
-Señor disculpe, pero tengo prisa. Tenga la gentileza de soltarme.
-No he probado bocado hace tres días, apiádese de mí.

En el acto, saque unas monedas de mi bolsillo y se las entregue.

-Usted me ofende jovencito, no le pido una limosna. Yo vendo libros…
-Pero no quiero comprar ninguno. Así que por favor, suélteme!
-Yo vendo libros, no soy un mendigo!
-Señor, no sea mal educado y tenga la gentileza de soltar la basta de mi pantalón!
-No voy a soltarlo si no toma un libro. Llévese uno, a cambio de las monedas que me dio…
-Está bien. Agradezca que es usted un anciano y que soy lo suficientemente paciente como para no golpearlo!

Perdí valiosos minutos buscando entre aquellos viejos y malolientes libros, algo de mi interés.

-No hay nada que me agrade, disculpe.


Con el rostro desencajado y una mirada lánguida y perturbadora, aquel hombre metió la mano por debajo de su abrigo, y me entrego un libro forrado en piel, cuyas letras en alto relieve dejaban ver el título: ´´Dominium Demonio´´.
No me moleste en hojear el libro, en el acto, abrí mi maletín y empecé a hacerle un espacio entre mis documentos y lo guarde. Cuando levante la mirada, el viejo ya no estaba. Era como si él y sus libros hubiesen sido tragados por la tierra.


Algo temeroso y contrariado, camine hasta la ´´Taberna Queirolo´´, que se encontraba a pocos metros, pedí dos copas de Pisco puro, y las bebí, ipso facto.
Al llegar a casa, solo atine a dejar mi maletín sobre el sofá, estaba muy cansado, solo quería dormir. Me dirigí hasta mi habitación, ni siquiera tenía fuerzas para cambiarme, solo me deje caer sobre la cama. Pero al cerrar los ojos venía a mi mente la imagen de aquel libro. Intente restarle importancia. Sin embargo, me fue imposible conciliar el sueño.

Es la séptima noche que no puedo dormir, y he tenido que ausentarme del trabajo, argumentando que estoy atravesando por un cuadro crítico de estrés .
Las noches me resultan insoportables, no puedo sacar de mi mente la imagen de aquel libro…el libro, no lo he sacado aun de mi maletín!
Era como si algo evitara que lo haga. Sin embargo, hoy estoy dispuesto a leerlo, pero estoy tan cansado…

Anoche, preso de la desesperación y muy irritado por las dos semanas que llevaba sin dormir, extraje aquel maldito libro de mi maletín, al intentar leerlo, todo me resultaba incomprensible. Lo único que contenía era una serie de símbolos, caracteres incomprensibles e imágenes blasfemas, que ojala nunca hubiera visto.

Me sorprendí por la mañana, acostado en mi sofá. Por fin había podido dormir. Quizás, inconscientemente , producto de la ansiedad, me había sugestionado con aquel libro. Me reí, reí frenéticamente, casi con locura. Me sentía bien.

Decidí tomar una ducha. Ya en el baño, y al quitarme la ropa, quede horrorizado al mirar mi cuerpo, estaba extremadamente delgado. Levante la mirada y al ver mi rostro en el espejo, no pude dar crédito a lo que veía. La imagen que se proyectaba, era la de un anciano, un anciano de expresión abyecta y macabra.
Un terrible hedor inundo el ambiente, y vomite hasta perder el conocimiento.

Hace frio en esta esquina, estoy muy cansado y no he probado bocado hace tres días. Quizás hoy tenga suerte, y alguien se apiade de mí…

Jovencito, cómpreme un libro. Ayude a este pobre anciano…

 

 

 

 

Roberto Flores Infante

Lima, 31 de Mayo del 2015


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