Un mano a mano en el autobús

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Antes de nada he de aclarar que yo no soy un pervertido, ni fetichista o raritos de esos. Lo que

me pasó aquel día en el autobús es algo que ni en mis sueños más húmedos hubiera sido ca-

paz de imaginar, de hecho tengo novia y soy muy feliz con ella.

 

Pues aquel día cogí el autobús interurbano como cada semana para ir... a donde sea, tampoco

quiero dar mas datos de los necesarios por si alguien me identifica de algún modo. Generalmen-

te siempre cojo el autobús a unas horas en las que no viaja mucha gente porque no soporto los

agobios. Pagué mi billete, me fui a la parte de atrás del todo y me dispuse a esperar hasta que

subieran las dos personas que tras de mí subieron. Cuando el conductor se dispuso a arrancar

el autobús y cerrar las puertas llegó una última pasajera. Yo ya estaba a puntito de dormirme en

la parte de atrás cuando vi aparecer por el pasillo del autobús a una chica con las tetas más

grandes que había visto en mi vida, y no sólo tenía unas tetas que te mueres sino que enci-

ma era guapísima y jovencísima (puede que unos veinte). Vestía un pantaloncito corto verde, y

una camiseta de tirantes a la cual parecia costarle Dios y ayuda el contener aquellas ubres

que parecían a punto de reventar por la presión. Llevaba el pelo recogido en una coleta y arras-

traba una pesada maleta de ruedas. Cuando intentó subirla a los compartimentos para equipaje

sobre su cabeza vi que no podía con ella. Me levanté y la ayudé. Ella me dio las gracias y me

sonrío con una sonrisa tan pulcra que me hizo pensar en que no era fumadora. Para mi sorpre-

sa se sentó en la misma fila que yo pero justo en el otro extremo, junto a la ventana. Se puso

unos auriculares y reclinó el asiento hacia atrás para estar más cómoda. Al rato salió el auto-

bús.

 

Mi idea era echarme una cabezadita, como de costumbre, pero mi imaginación calenturienta

no me lo permitió. En cada curva que daba el autobús sus tetas se bamboleaban y yo me ponía

malo de verlas para un lado y otro; aquellas tetas tan grandes y naturales como las de la actriz

japonesa esa que se llama Tanaka no sé qué. Cerré los ojos para intentar pensar en otras cosas,

pero no fui capaz. Imaginase lo que imaginase siempre me veía asfixiado por enormes tetas

que me mantenían prisionero. Al abrir los ojos otra vez vi que tenía una erección de campeonato,

ni mi novia con lencería de lycra hubiera podido ponérmela igual. Levanté la cabeza para ver si

alguien estaba mirando o algo y me aseguré de que la chica de al lado estaba dormida. Me me-

tí la mano bajo mi pantalón de chándal y empecé a cascármela; ya os digo que fue un impulso

incontrolable y repentino, pero tuve la sensación de que si no me masturbaba me iba a explotar

la polla. Mientras me pajeaba iba mirando aquellas enormes tetas e imaginándome al cerrar los

ojos que follábamos allí mismo en el autobús. Así estuve un rato viendo como las venas de mi

verga se engrosaban como el brazo de un culturista en su última repetición con el máximo pe-

Me pajeé con tal velocidad y fuerza que me estuvo doliendo la polla durante un par de días y ni

siquiera fui capaz de detenerme cuando en un determinado momento me giré para volvérselas a

mirar y la chica estaba despierta con la boca abierta mirándome la polla. Debió de parecerle

grande porque estuvo anonadada durante unos segundos. Luego me miró a mí y empezó a reir-

se con una risa entre vergonzosa, pudorosa y nerviosa. Le lancé un beso sin saber por qué, se-

ría porque estaba súper excitado. Ella volvió a reír y ponerse más roja que un tomate. Yo le hice

señas con los ojos para que se levantara la camisetilla. La chica pudo haberse cambiado de asi-

ento o haberme montado un pollo allí mismo pero, para mi sorpresa, se agarró la camisetilla

blanca y se la levantó. En sus enormes tetas, debido a la presión de tanta carne, se le veían ve-

nas moradas y verdes, las cuales iban o salían de sus enormes y oscuros pezones. Apuntito es-

tuvo de escapárseme el chorro en ese delicado momento. Le hice un gesto para que se las toca-

ra y ella no solo se las tocó sino que se mordió los pezones. Eso hizo que en mi cuerpo entero se

produjera un enorme calambre. Se las estiro, aplanó, sopeso, jugueteo y chocó al tiempo que

me miraba la polla y metió su delicada mano bajo su pantaloncito para hacerse un dedo. Enton-

ces fui yo quien empezó a sonreírle como ella me había sonreído antes. Se hizo un dedo ni cor-

ta ni perezosa allí mismo mientras me miraba el volcán goteante en que se me había convertido

el pene. Estuvimos un rato así, lanzándonos miradas provocadoras y picaras, riéndonos como

tontos hasta que me mostró algo de su bello púbico y el conductor dio un brusco frenazo que pro-

vocó que me corriera como nunca. Mi semen salto a la cortina, que ya os imagináis que la eche

cunado la cosa se empezó a poner caliente, al asiento de enfrente y al de al lado, sobre mi ma-

no y mi abdomen. La chica no paraba de reír y en su mirada vi que le hubiera gustado lamerme-

lo tanto como a mí me hubiera gustado comerle el coño y correrme en sus tetas; eso hubiera

sido lo suyo pero, dadas las circunstancias, creo que aquello ya pasó de lo habitual y de lo que

un hombre cualquiera como yo en una situación cualquiera como aquella con una chica poco

habitual como aquella podría haber esperado.


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