VIOLENCIA
Él
Su despertador siempre suena a la misma hora. A las seis y media de la mañana. El domingo queda mudo, pero él lo espera. Los sábados corre por un parque cercano. No le gusta, pero es moda.
No le cuesta levantarse. Ha dormido de sobra. El sonido del despertador pone fin a sus sueños. No los recuerda, pero los imagina. Soluciones a problemas de su empresa. Soluciones a asuntos familiares que nacen en su hija. Soluciones a su necesidad de sexo. La erección de su pene lo corrobora.
Su rutina no varía. Va al baño a hacer sus necesidades. Piensa que si se deshace de lo sobrante será menos vulgar.
Se siente vulgar.
Todavía más al mirar sus delgadas piernas llenas de vello y sus viejos calzoncillos esposando sus tobillos. Mientras defeca piensa en su agenda. No es un día fácil. Es un día como los demás días.
Antes de vestirse mira a su esposa. Todavía duerme. Ya no sabe si la quiere. Ya no sabe si la quiso. Se ha disfrazado de alto cargo de una gran empresa. Pantalones de traje. Americana de traje. Corbata que combina con el traje. Zapatos sucios. No le importan los zapatos. Se arrastran. Siempre en contacto con lo ordinario.
Antes de abandonar su casa besa a su hija. Ella duerme. Tiene tres años. No tiene dudas. La quiere. Pero no sabe como quererla. Una taza de café hecho la noche anterior es su desayuno. Su primer cigarrillo se consumirá en el cenicero de su coche. Camino de su empresa.
Su trabajo no le llena. Lo hace su secretaria.
Se siente vulgar.
Ella
Es secretaria. Trabaja en una gran multinacional. Quería un trabajo. Quería sentirse útil.
Hoy apenas ha dormido. Noche de vigilia. Quizá el sueño le venció cuando el amanecer andaba próximo. Lo que ve en el espejo le asusta. Ojeras marcadas. Ojos tristes. Ojos sin vida. Su conciencia no está tranquila.
Se siente sucia.
Está cansada pero tiene sus quehaceres. El más feliz, despertar a su pequeña. Duerme agarrada a su muñeca de trapo. Una muñeca rota.
Piensa. Piensa. Piensa.
El sonido de la puerta le despierta. Su asistenta hará el desayuno de la niña. Hará cien tareas. La adoran.
En la ducha se derrumba. Sus lágrimas con el agua se confunden. El esmalte de sus uñas en sus ojos se emborrona. Se enjabona. Su coño con furia se restriega. Se aclara. No se aclara.
Se siente sucia.
Otro día de trabajo. Otro día de sufrido silencio. Otro día esperando que acabe.
Antes de irse, una nota en la encimera. “Volveré tarde, tu marido que te adora”.
Él
Otra jornada que se acaba. Otro gozo que comienza. La lleva observando toda la mañana. Siempre frente a su ordenador y siempre tan atareada. La historia se repite. Algún comentario jocoso, alguna impertinencia y siempre por su espalda.
Su mano sudorosa posa en su hombro desnudo mientras alguna aclaración consulta.
Piensa una vez más en su esposa y en su hija pero la mujer que contempla esos pensamientos diluye. Su mano se desliza hasta encontrar el pecho de su secretaria.
Su excitación crece, ella se deja. Primero un pezón pellizca, luego el otro. Sus dedos humedece en su boca y de nuevo los pechos de la secretaria acaricia.
Se siente vulgar.
Pero no lo suficiente como para parar. Excitado. Ahora muy despacio comienza a levantar su falda hasta ver sus bragas, negras hoy, blancas ayer. Muy despacio empieza a acariciar sus muslos, no quiere precipitarse, quiere guardarse lo mejor para el final.
No le mira a la cara. Si lo hiciera vería que una lágrima recorre su rostro. Pero si la oye. Una respiración agitada. Poco a poco tras ella se agacha y comienza a manosear las bragas de la secretaria, su secretaria. La tela está húmeda y su sexo mojado esas manos sudorosas cree que ansían ya. Le ladea la fina tela. Acaricia su vello púbico. Encuentra su clítoris. Sin demora mete sus dedos. La masturba con torpeza. Se desparrama en sus pantalones. Un -hasta mañana- sin respuesta supone el final.
Se siente vulgar.
Ella
Ha hecho su trabajo. La jornada ya se acaba. Apenas quedarán unos minutos. Eternos minutos. En el reflejo de su ordenador a su superior descubre. Está nerviosa. Está furiosa. Está triste. Está acabada.
Se siente sucia.
Ya nota en su piel los dedos de un indeseable. Los dedos de su jefe que acarician su espalda. Su corazón cabalga en su pecho. Su mirada extraviada. Le acaricia los pechos. Le pellizca los pezones. Siente una arcada. Su piel está erizada mientras ese cabrón recorre sus muslos. Cabrón. Todavía querrá más, no parará. Su intimidad alcanza. Primero un dedo. Después otro. A un Dios suplica que no siga. Que pare. Que se vaya.
Un gemido y su plegaria ha sido escuchada. Se queda sola. Se queda quieta. Permanece alterada. Está angustiada. Está sola.
Se siente sucia.
Esta ha sido la última vez. No se volverá a repetir. Una frase en su cabeza tantas veces escuchada. A veces dicha en alto pero sin nadie a quien llegara.
Llora. Llora. Llora.
Se derrumba.
Ellos
Hoy a su marido espera levantada.
- Tengo que contarte algo. Me estoy muriendo por dentro. Lo he callado mucho tiempo. Estoy desesperada. Ayer por la tarde puse fin a una pesadilla. Desde hace unos meses me siento violada. He sido violada. Vejada y maltratada.
El marido palidece ante semejante confesión de una mujer herida y destrozada.
- Mi jefe en el trabajo ha abusado sexualmente de mí. De mí. De mí. Hasta ayer estuve callada.
Una comisaría. El primer paso dado.
- No volverá a repetirse, pero para lo que venga he de estar muy preparada. Ayúdame en todo. Estoy sola. Estoy confundida. Estoy loca.
Se siente sucia.
Su marido llora. Lo hace de forma desconsolada. No tiene ya posible alivio. Esa historia es su historia. Está perdido.
El sonido de una sirena interrumpe los lamentos. El sonido de la puerta. El sonido de las voces de los agentes de policía. El sonido del final. El sonido del vacío.
Se siente vulgar.
“La violencia contra la mujer es quizás la más vergonzosa violación de los derechos humanos. No conoce límites geográficos, culturales o de riquezas. Mientras continúe, no podremos afirmar que hemos realmente avanzado hacia la igualdad, el desarrollo y la paz”.
(Kofi Annan)
“El sufrimiento, una vez encarado su temor, es un pasaporte hacia la libertad”
(Paulo Coelho)
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