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Tenía un currículum impecable. Había matado a centenares de miles sin pestañear. Su estilo era lento pero preciso, torturando de una forma que la víctima no lo percibía hasta que era demasiado tarde.
La muerte bajó la hoja escrita y analizó al candidato. Lo examinó de arriba a abajo, aprenciando su fino cuerpo de papel que resguardaba órganos de nicotina y alquitrán.
Era el sucesor más idóneo.
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