Aún con la cara roja como un tomate entró y cerró la puerta con pestillo. Avanzó despacio y dejó los documentos que traía sobre la mesa, se colocó enfrente de mi y se quedó allí, de pie, mirando. La presencia añadida de aquella mujer, a quien le había echado más de una mirada de deseo que siempre ignoró, ponía un punto de morbosidad que mi pene acusó de inmediato. Inés, por el contrario, pareció olvidarse de ella y siguió cabalgándome con total frenesí, gimiendo, mordiéndome los labios y palmoteando en mi pecho cada vez con más ímpetu. Cris seguía impasible pero pude observar que su rubor iba en aumento y su respiración era cada momento más agitada.
Ahora, la vagina de Inés absorbía mi pene. Sus labios lo apretaban y lo soltaban en un masaje febril que, de no ser por la atención que tenia en Cris, me habría arrancado el alma. Aun con todo, mis ojos debieron quedar un momento en blanco. Fue la señal para Cris. Sacudió la rubia y corta melena y lentamente, con los ojos clavados en mi, comenzó a desabrochar su blusa dejando caer la falda al suelo y permitiéndome ver las sensuales curvas de su cuerpo. Inés, notando mi agitación, paró para evitar que eyaculase. Miró a Cris y esperó a que se acercase para unirse ambas en un beso intenso, salvaje. Llevó la mano a la vulva de Cris estrujándola de un apretón para ofrecérsela luego, empapada de jugos, a mi boca. Lamí golosamente mirando febrilmente a Cris que desnudó sus pechos lanzando el sujetador sobre mi hombro. Estiré la mano, los acaricié, pellizqué un pezón, ella gimió. Inés lamía y mordisqueaba el otro. Cuando la dejamos, se quitó las bragas poniendo, al agacharse, sus nalgas a pocos milímetros de mi cara y su vulva, rosada y brillante por los jugos rezumados, ofrecida. Introduje en ella dos dedos que le arrancaron un profundo gemido. Mi miembro cabeceaba dentro de Inés que también gemía besando y lamiendo toda la piel de Cris a la que podía llegar.
Peleó con mis dedos hasta conseguir introducir a la vez uno de los suyos y llevárselo después a la boca para degustar el sabor de aquel néctar. Debió gustarle porque descabalgó de mi para colocarse debajo de ella y lamer la gruta inundada y mis propios dedos lo que Cris aprovechó para tomar mi pene en su boca recorriéndolo ávidamente con su lengua y sus labios. Sentí una corriente que subía por mis piernas y comencé a relajarme pero ella cesó en su hacer y se retiró de mi. Por segunda vez me quedaba en puertas de eyacular y aunque el placer era extremo, aquello empezaba a parecer una tortura.
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