Los sontarios no suelen mirar mucho, pero cuando lo hacen resultar uno de los hechos más perturbadores del universo. Te miran con un ojo, con uno porque no tienen más. Y no es una mirada improvisada ni mucho menos discreta, su ojo les cubre el rostro por completo. Quien sabe por dónde respiraran. Lo que sí sé lo aterrador que es alimentarlos mientras te miran. Aunque Lucio los cuida, nunca es capaz de alimentarlos. Tan pronto oyen la comida; ni siquiera la huelen, revolotean en sus jaulas como dinosaurios atrapados en cajitas. Y tampoco se parecen a los dinosaurios. Imaginen la cara de un muerto, de un rostro fresco que acaba de irse. Ahora sientan el frio en la nuca cuando algo ronda por ahí. Por último, imaginen los ojos, ambos ojos, de una foca. Opacos y desanimados. Como quien no quiere la vida. Imposible describir mejor a los sontarios. Por lo menos no son hermafroditas, si no supiera si estoy viendo a los ojos a un macho o a una hembra, más miedo me daría alimentarlos. No sabría a qué boca le estoy embutiendo el alimento. En la tarde, Lució les muele el maíz y lo hierve con la sangre de caballo. Solo beben sangre de pura raza. En algunas ocasiones a falta de caballos, les pusimos sangre de res corriente en sus platones. Lo saben. Lo desprecian. Y que sonidos horribles hacen cuando tienen hambre. Jamás he visto algo más escalofriante que el parto de una sontaria. Auxiliarlos en pleno parto no es lo más conmovedor que he llevado a cabo en mi vida. Y esos desgraciado bebes que ni se ven. Así es, no se ven!. Mientras Lucio atendía el parto de la sontaria más vieja, sabía que esa sería la última vez que daría a luz. Nadie esperaba la cría, sobretodo porque las sontarias paren una vez y ya está. Jamás quedan preñadas por segunda vez. Cuando digo que no se ven, lo digo de manera literal. Pujan con todas sus fuerzas y cuando se despreñan, cuando desaparece el fatigoso bulto de sus vientres, nada ha salido de ellas. Nacen sin forma corpórea, viven en el ambiente por tres meses, hasta que aparecen formados como jóvenes fuertes.
La sontaria más anciana pujaba fuerte y sus pinzas se tornaban violetas cada vez que lo hacía. Y su ojo brillaba como cuando alguien se ilumina. Era un parto común. Puja dos veces más y la masa se extingue de su vientre. Y se siente el hedor, la pestilencia de lo recién hecho. El frio invade la nuca y la presencia del pequeño se expande por el lugar. Da sus primeras gateadas al aire, al cielo. Qué horror andar por ahí y ver como se caen las cosas sin explicación. Como una llama se prende, como una puerta se abre, se cierra y se vuelve a abrir. Cuando Lucio recién llegó, no tardó en decir que había fantasmas y que cada rincón del lugar estaba embrujado. Luego, cuando acudió a su primer parto, se reía cada vez que algo se movía sin ser empujado. ¡Chiquillos necios!, solía decir. Y si Lucio aun viviera, se percataría que las sontarias paren más de una vez. Pero con una explicación. Aquellas que fueron felices pueden engendran a un demonillo más. Paradójico don. Es lo que creo, las tres sontarias que han parido más de una cría, nunca se meten en líos. Son dóciles y hasta te dejan tocarles el ojo. Pero ahora que esta sontaria que observo desde afuera, allí acurrucada con los espasmos del embarazo, recuerdo al viejo Lucio. Esta sontaria había matado a su primera cría y había despedazado con su ojo a más de dos compañeros de jaula. Quien sabe qué oportunidad se le estaba dando.
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