Llega el momento de sentarse y tomar el te. A mi no me gusta el te y me pregunto cada día, porque lo tomo. Automáticamente me respondo a mi mismo que no lo sé. Bueno, tal vez un poco si que lo sé. La verdad de la cuestión es que me invitan y como no me cuesta ni un duro, por no decir que no, hago el esfuerzo de no quejarme y de simular una satisfacción placentera cuando me ofrecen tomar te. Otra cosa sería que me invitasen a una copa de cava catalán del bueno, bien fresquito, de aquél que tiene un color amarillo intenso y con las burbujas justas. No pondría pegas. Bueno, con lo del te, el que me lo ofrecía no era un él sino una ella y por lo tanto había argumentos de peso. La moza, se podría definir en primera instancia como a una mata-gordos; una vegetariana empedernida y predicadora de esta religión que depende de como, te puede matar. Me digo a mi mismo, es guapetona y es femenina que ya es algo y por un te al día, sale bastante bien de precio. ¡Pero que de aquí, no pase!
Es curiosa esta situación tan banal, pero estoy seguro que es más corriente de lo que parece y que más de uno se sentirá identificado con la situación. Parece mentira, pero afín de cuentas todos tenemos un patrón de comportamiento muy predictible. Aunque no entiendo porqué el te tiene olor a matarratas.
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