Nos encontrábamos allí tan impasibles esperando a que alguien diera el paso, a que algún pequeño animal como suele ocurrir en las películas los conduciera a darse ese primer y gran esperado beso, a que alguien abriera la boca y esbozara sus sueños, que tan insignificantes creían ser en este mundo de dolor y de justicia ciega.
En el banco de costumbre, el de siempre, donde comenzaron como dos extraños se encontraban por casualidad desde hace un mes y donde la magia de aquel lugar daba a entender que se quería algo más.
- Buenas – dijo él con cara sonriente y con ganas de mantener la mirada haciéndola sentir incómoda por un instante.
- ¿Usted por aquí? Me voy a pensar que no tiene mejor cosa que hacer que mirar a los ancianos como alimentan a las palomas.-Se atrevió a romper el hielo la no tan inexperta mirada de la fémina.
- ¿Eso es lo que hace usted? – dijo el muchacho con tono burlesco.
Ambos sonreían y se miraban. Estuvieron un rato hablando de muchas cosas, entre ellas de su infancia, de lo que hacían ahora, de lo que veían mal en este mundo, de esa confortante lluvia que caía y de lo divertido que era chapotear en los charcos. Descubrieron que se necesitaban más de lo que pensaban pero, algo les daba temor…
Se acuerdan de esa sensación cuando todo es tan perfecto que no hay quién se lo crea, que sabes que algo va a salir mal por activa o por pasiva, que sabían que juntos no podían acabar. Que ya de repente los “te quiero” no sabrían igual. Como la película de Amèlie pero sin final feliz.
Se miraron por última vez y recordaron lo desastrosa que era su vida. Sabían que era la última vez, pero contaban con que una serendipia o un encuentro casual del destino los uniera. Cada uno tenía algo pendiente. Uno trasladarse al extranjero a trabajar y la otra cuidar de su madre que apenas se valía por sí misma.
El chico fue a darle un beso en la mejilla y ella rápidamente le rodeó con sus brazos. Habían perdido la noción del tiempo. Sus corazones palpitaban y torpemente sus labios deslizaron dando como resultado un beso fatal de choque de dientes.
Respiraron y se sintieron más tranquilos. Tanta perfección les había vuelto locos. Y el chico dijo:
- ¿Mañana a la misma hora?
Y la mujer le contestó: Y todos los días de mi vida.
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