En el desierto de mi soledad y tristeza, ambas presas de mi propia angustia, siento en mi nuca una respiración entrecortada y un tanto forzada, al girar sobre mi mismo, el rancio y nauseabundo hedor de aquel aliento inunda mis fosas nasales, siento como de mi interior una náusea se abre camino a través de mis entrañas.
Consigo distanciarme lo suficiente dando unos torpes pasos hacia atrás. La imagen que posa delante de mi es dantesca. Su capucha puntiaguda, sucia y roida en sus bordes, al igual que sus mangas y bajos, como si un ejército de pequeños ratones se hubiera dado un festin, impedía tan siquiera las facciones de su rostro...eso sí tenía facciones... Sus ojos no eran tales,eran como dos luces amarillentas que escudriñaban mi interior, mi alma, a través de mis ojos asustados. Sentí una sensación de frío indescriptible, miedo y soledad, hubiera sentido esa soledad en un campo de fútbol atestado de gente, hubiera sentido esa soledad entre la mayor de las muchedumbres que se pueda imaginar.
Quedé paralizado ante su presencia y el ser extendió su brazo derecho dejando al descubierto su putrefacta, larga y huesuda mano, de un tono violáceo. La acercó a la mía en un ademán de asirme, el frío se acrecentó.
Dude, pero no respondí a su invitación de falsa amistad que lo único que quería y anhelaba era mi alma. Su otra mano sujetaba con firmeza aquella ajada y descuidada guadaña sin apenas filo, amenazante, aterradora. El espectro de figura alargada retiro su fría mano y permaneció unos segundos que parecieron horas frente a mi, sin pronunciar palabra ni sonido alguno. El olor a rancio y humedad me envolvió por completo...olía así la muerte o quizá era mi propio miedo?.
En la corta distancia que nos separaba pude apreciar una ligera y maliciosa especie de sonrisa abriéndose paso bajo esas luces amarillentas a modo de ojos, entre la oscuridad de aquella asquerosa capucha.
En un parpadeo de mis incrédulos ojos la imagen tenebre se desvaneció sin dejar rastro alguno. Pronto la sensación de calidez y vida invadió cada rincón de mi tembloroso cuerpo, pero la pegajosa humedad persistía.
Desperté sobresaltado y completamente empapado en sudor en la cama de aquel hospital. Tras unos minutos de desconcierto algo en mi interior sabía con certeza que la próxima vez que nos cruzasemos, aquel ser y yo, aceptaría sin reparo su fría e inerte mano, aquella falsa amistad...y entonces ese sería mi fin.
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