Rozaba su piel a la altura de las piernas, luego subía por su pecho, retorciéndose una y otra vez en el camino; pero lo peor era el cuello, esa sensación de terror que experimentaba cada vez que la serpiente subía y dejaba su tacto viscoso alrededor de su cuello era horrible.
Había desistido de la idea de moverse. Estaba atado por manos expertas a cuatro estacas clavadas en el suelo. Lo que no entendía era por qué. Tampoco comprendía la extraña danza de aquel repugnante y enorme monstruo reptante que se deslizaba por su cuerpo, como algunas masajistas tántricas, como la sangre. Escuchaba a alguien reír, pero no podía verle desde su posición.
La serpiente levantó la cabeza, los ojos le miraron fijamente y abrió su repugnante boca. El aliento fétido del monstruo casi le hizo vomitar. De nuevo, gritó de terror esperando el golpe. El ofidio había hecho esto varias veces, pero tras unos segundos, volvía a dar una tregua a su víctima, frotándose impúdicamente contra él. Y esta vez no fue diferente a las anteriores. Respiró aliviado cuando el monstruo bajó la cabeza, a pesar de la repugnancia que sentía al notar la piel escamosa sobre él.
Escuchaba la risa más cercana. Abrió los ojos un poco, le molestaba la luz, y vio a Teresa, desnuda, a horcajadas sobre él, riendo mientras le pasaba un pañuelo por el pecho y el cuello. En el primer instante se enfureció, estuvo a punto de lanzar una maldición y arrojarla de sí con violencia, pero luego, soltó una carcajada, apartó a Teresa, se levantó y fue al cuarto de baño. Desde allí, observó sin ser visto a Teresa, su cuerpo desnudo de hembra joven. Teresa creyéndose sola, había sacado del bolso un ratón muerto. Ahora lo engullía con deleitación, mientras algunas partes de su piel se cubrían de escamas.
Abrió otra vez los ojos y el terror le impidió gritar. La serpiente estaba allí, se había alzado una vez más y le miraba con la intención de abalanzarse finalmente sobre él.
- Parece que ha vuelto del desmayo - escuchó decir -. Acabemos de una vez con esto…
- ¿Por qué tanta prisa? – Era la voz de Teresa.
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