LOS ANALES DE MULEY (2ª PARTE) (3)
Por YUSUF AL-AZIZ
Enviado el 15/08/2015, clasificado en Varios / otros
1099 visitas
XXVll
Con grandes ojos burlones
busqué a mi progenitor,
con descaro, sin temor,
en la gente me fijaba
y con mitigo rigor
a todos analizaba.
Fue una gran sorpresa
para aquellos “lugareños”
que fruncieron sus seños
con gesto de gran asombro;
miré a un hombre con leños
que llevaba sobre el hombro.
Allí estaba él, enjuto,
con fuerza a él me abracé
y en su pecho lloré,
con alegría me besó;
la mirada levanté,
mi regocijo encontró.
Yo, tocaba el cielo.
Radiaba mucha alegría
aquel esplendido día,
me encontraba contento
y feliz yo me sentía
en tan gozoso momento.
Pensaba que no llegaría,
que no hallaría el camino
para llegar a mí destino,
todo en mi era cavilar
invocando a lo Divino
para que, raudo, llegar.
Largo se hizo el camino
y me volvía pensativo,
era un vulgar furtivo
de la noche enamorado,
pues tenía gran motivo
para estar asustado.
Tan solo mi fiel jumento
fue un digno testigo
que, caminando conmigo,
me vio triste llorar,
aunque nada me dijo
ni me pudo consolar.
Fue buena acémila,
pues pura ella nació
y pura ella se crió,
aunque fue mi confidente
de simple asno no pasó,
pero lo llevo en mi mente.
Y todos se alegraron,
pero no por mi llegada
o por nostalgia olvidada,
si no por lo que portaba;
fue situación angustiada
porque nadie me esperaba.
Parecía el enemigo,
me miraban asombrados,
en el fondo asustados;
sin dejadme de mirar
estaban paralizados
sin poder reaccionar.
Creían que era el enemigo,
que estaban descubiertos
y pensaban en los muertos
que la guerra causó;
se quedaron todos yertos
mirando a quién llegó.
Fue momento de gran duda.
Rosó la desilusión,
avivó la turbación
y nadie pudo gritar;
pero volvió la ilusión
y empezaron a llorar.
Pues todo fue júbilo
y brotó la alegría
por lo que yo les suponía,
todos al asno miraron
con asombro e hidalguía
y gran gozo se llevaron.
Al jumento despojaron
de su carga tan nutrida
devorando su comida;
su gozo fue en aumento,
pues encontraron salida
a su estado hambriento.
Viendo aquella escena
me alegré de lo pasado,
aunque un poco asombrado,
comprendí la situación
y miré hacia otro lado
para evitar repulsión.
Aquel lúgubre camino
mil veces lo andaría,
mil aflicciones pasaría
para llevar consuelo
a quien duerme en agonía
implorando el cielo.
Me sentía un héroe,
valentón y orgulloso,
yo era algo medroso,
pero estaba radiante,
feliz,vanaglorioso,
y también petulante.
Pero sobre todo un hombre,
con mi juventud tras mí,
pues llegué hasta allí,
donde el destino muere;
arribar la prometí
fuera como fuere.
A mi nada me importó
que en mí no se fijaran
y que no me alabaran,
más me sentía jubiloso;
que oteando callaran,
más yo estaba honroso.
Después de aquellos momentos
de recelo y pavor,
olvidaron su temor
y fue una algarabía;
lloraron con pundonor
mostrando su alegría.
Les puse al corriente
de los hechos acaecidos
y sobre hechos sufridos
por un pueblo sumiso,
por los actos cometidos
por algo que no se quiso.
Lúgubre y pensativo
de muertes les hablé,
con detalles les narré
las viles detenciones
que atónito presencié
confundiendo mis visiones.
Como en las tranquilas noches
de las camas arrancaban,
pegaban y se llevaban
a quienes plácidos dormían;
y vigilantes estaban
porque morir no querían.
Fueron noches eternas
sumidas en la tristeza
sin tener la certeza
de ver otro amanecer;
altivos, con entereza,
veían la tarde caer.
Y con ella iba la muerte
de casa en casa pasando
y con su manto matando,
todo era pena y llanto
y era todo un quebranto
que la vida iba ahogando.
Como nuestro pueblo
iba oliendo a muerto,
parecía un gran huerto
de mustias y tristes flores;
se formaba un desierto
de añorados amores.
De nuestra detención
y del miedo pasado,
que casi fui ajusticiado
como un vil delincuente,
aunque no fui maltratado,
nada dije, quedó en mente.
También hablé de mi madre,
de su temple y gallardía,
henchida de melancolía,
pero altiva y serena;
resignada se sentía
ahogando toda su pena.
Y del milagro surgido
que a la vida nos volvió,
de sueños nos despertó
creyendo en la amistad;
rápido todo pasó
y vimos la claridad.
Fue mi gran maestro,
continué la narración,
quién pidió perdón
por un hijo y su madre
condenados en función
del fascismo de su padre.
Vi un gesto de desprecio
y mis palabras callaron,
compresión no hallaron
sino cuestión de suerte;
del relato se burlaron,
incluso de la muerte.
Tétrico y pensativo,
unos días me quedé,
de mi padre disfruté
y conviví a su lado;
lo encontré apenado
y mucho con el hablé.
Le hablaba de mi madre,
de su gran fidelidad,
se su enorme lealtad,
de su callada añoranza…;
siempre buscó la verdad
y nunca perdió la esperanza.
Con mi padre hablé del pueblo
y de todo lo ocurrido,
me escuchaba abstraído,
sudoroso y atento;
se sentía afligido
según narraba el momento.
Amargamente lloró
cuando triste narré
la “desbanda” y le miré.
¡Huían de la represión!
Altivo le pregunté
si azoró su corazón.
Mi padre era un hombre
de sensible sentimiento,
de limpio pensamiento
y un gran hombre cabal;
afín al sufrimiento
y persona muy leal.
Aquello fríos “señoricos”
atención no me prestaron,
pues tan solo alabaron
al asno y la comida
que febriles masticaron
y que les dio la vida.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales